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DIOS, GRACIA Y JUSTICIA 693 - - r , a , s , l ” - e ” - a e - e r o , y s a - dores, en los pobres, en las mujeres y en los niños. No hay tiempo que perder y me voy a centrar en una lectura orante sobre los niños, los pecadores y los pobres en contraposición con los ricos. Eso de momento puede bastarnos. 3. LOS NIÑOS Hay una clara alusión al nacimiento, hecho fundamental de gracia. Dios pensó en este niño antes de nacer, lo pensó inicialmente como niño, no como adulto, lo amó y lo creó. El amor de Dios es creativo. La contemplación de un niño es recordatorio de esta prehisto- ria de gracia y amor. Al principio fue el amor. Al principio no fue el pecado. Hubo gracia, no justicia; hubo mística, no ascética res- ponsable. El recién nacido es siempre esperanza: “Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo” (Lc 1,76). Dios se hizo niño. María “dio a luz a su hijo, le envolvió en paña- les y le acostó en un pesebre” (Lc 2,7). Nadie ha nacido adulto. Hemos vivido un proceso de madura- ción. A medida que la gracia se desarrollaba en nosotros, la justicia se hacía presencia y nos humanizábamos. Pero también la injusticia se insinuaba, y resultaba un retroceso, una deshumanización. En el proceso de crecimiento ¿cuál es el objetivo? ¿Eliminar al niño, según Herodes (Mt 2,16)? Hay una escena en el evangelio que ilumina. Jesús les ha preguntado a los discípulos: “¿De qué hablaban por el camino?” Ellos, como discutían quién era el mayor, no se atre- vieron a responder. Jesús tomó al niño de la casa, lo puso en medio, lo estrechó entre sus brazos y dijo: “Yo les aseguro: si no cambian y se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos” (Mt 18,3-4; Mc 9,33-36; Lc 9,46-47). No debemos dejar de ser niños. Hay un núcleo infantil que es necesario conservar. Ser niños. Pero además, abrirse a los niños para abrirse a Jesu- cristo; abrirse a Cristo para abrirse al Padre. Los niños son camino cristológico y teológico. Los niños son gracia de Dios, y a través de esta apertura a la gracia, nos justificamos para la vida eterna. Tenemos

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