NG200701027

DIOS, GRACIA Y JUSTICIA 709 a a a l c - a . : í: s - . . , s - a a ” - e e s . , s - c 7,22). Pero el anuncio a los pobres debe ser hecho desde los pobres, siendo pobres los evangelizadores: “No tomen nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengan dos túnicas” (Lc 9,3). Hay una exigencia de negación de sí mismo y de cruz cotidiana, como atmósfera de ese vivir pobre (Lc 9,23). Es el modelo que el mismo Cristo ofrece a los seguidores: “El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9,58). Jesús sueña con seguidores al estilo del samaritano, que tuvo compasión del hombre herido. Por eso manda: “Vete y haz tú lo mismo que el samaritano” (Lc 10,37). La insistencia es notable: “Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos, y serás dichoso porque no te pueden corresponder” (Lc 14,13-14). Y el banquete del Reino que el mismo Dios prepara, se llena de pobres, lisiados, ciegos y cojos (Lc 14,21). El pobre Lázaro es llevado al seno de Abraham, no así el rico que banqueteaba todos los días (Lc 16,22). La centralidad de los pobres en el Evangelio salta a la vista. 11. LOS POBRES (3) Los primeros cristianos comprendieron la importancia de la pobreza y de la solidaridad como núcleo del Evangelio. “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus pose- siones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la nece- sidad de cada uno” (Hch 2,44-45). “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a los bienes, sino que todo era en común entre ellos... No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hch 4,32-35). Pero no siempre somos coherentes. La solidaridad con los pobres no puede ser forzada. El matrimonio Ananías y Safira vende también su propiedad. Guarda parte de la venta y ofrece la otra parte. Pedro descubre su falsedad: “Has mentido al Espíritu Santo. ¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? No has mentido a los hombres sino a Dios” (Hch 5,3-5).

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