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650 QUINTÍN ALDEA que asistieron al Concilio de Trento, aunque no solo de ellos, a los que nadie puede negar su valor pastoral. Baste citar, aunque ya sea un tópico –y no quiero caer en la tentación del ditirambo ni de la ruti- naria apología– algunos de ellos. Sea el primero el Cardenal Pedro Pacheco, quien con el esplen- dor de sus letras y con el profundo conocimiento de ambos Derechos realzó la gloria de su herencia paterna y, muerto Paulo IV, el Colegio de Cardenales puso en él sus ojos como uno de loa cuatro candidatos para la tiara pontificia. El arzobispo Pedro Guerrero, figura cumbre del Concilio y dis- tinguido por la erudición y fama de santidad. El palentino Francisco Blanco, lumbrera también de aquella magna asamblea, reputado como modelo ideal de prelados. El metinense Andrés de Cuesta, antiguo profesor de Teología en Alcalá de Henares, acreditado por su gran ingenio y por la excelencia de su doctrina. El toledano Diego de Covarrubias, antiguo profesor de la Uni- versidad de Salamanca, uno de los más eminentes canonistas de su tiempo y Presidente del Consejo Real. El sevillano Bernal Díaz de Luco, que en Trento se distinguió no menos por el prestigio de su ciencia que por lo intachable de su conducta. El murciano Martín Pérez de Ayala, que primero asistió al Empe- rador en la Dieta de Worms para buscar fórmulas de conciliación con Lutero y después, en 1562, intervino activamente en la tercera convo- catoria del Concilio, llevando consigo como consejero a Benito Arias Montano, que lo calificó de “doctísimo y piadosísimo”. El arzobispo de Sevilla Cristóbal de Rojas y Sandoval, cuyas vir- tud y ciencia ponderaron Gil González Dávila, Diego Ortiz de Zúñiga y otros eminentes historiadores. Y, por fin, como colofón de esta relación, el aragonés Antonio Agustín, uno de los hombres más cultos de la Europa de su tiempo, a quien ninguna lengua puede celebrar cumplidamente. Y, entre los santos obispos canonizados, podemos nombrar a Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia; al gran Santo Toribio de Mogrorejo, figura insigne de la joven Iglesia americana, a f S t s J s s a á l S a a t e s

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