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EL CONTROL DE LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA POR LA CORONA… 649 - l a - a - - - r a l - l - a e e l s e e l - l - e - ción de Granada, Canarias y Puerto Real. Más tarde Adriano VI, el 6 de septiembre de 1523, extendió el privilegio de presentación de obispos a todas las Iglesias catedrales y beneficios consistoriales de España. Por eso, Felipe II alegaba en la ley primera, título VI, del libro I de la Nueva Recopilación, promulgada en 1565, los títulos del Patro- nato Real: “Por derecho, dice el texto, y antigua costumbre y justos títulos y concesiones apostólicas, somos patronos de todas las Igle- sias catedrales destos reinos y nos pertenece la presentación de los arzobispados y obispados y prelacias y abadías consistoriales destos reinos, aunque vaquen en Corte de Roma”. Parecido privilegio había concedido, el 28 de julio de 1508, el Papa Julio II al monarca español sobre todas las Iglesias del Muevo Mundo, fundadas o que se pudieren fundar. Y Felipe II, celoso de sus prerrogativas, recogió ese derecho en su famosa cédula de 4 de julio de 1574. Con esas concesiones apostólicas y con las que también le correspondían en Flandes, Milán, Sicilia, Napóles y Cerdaña, unas por placet y otras por presentación, tenía el rey Felipe II el control de casi un tercio de los obispos de la Iglesia Católica. No era, pues, el derecho de presentación una usurpación anti- canónica, sino un privilegio otorgado por la Santa Sede a un príncipe cristiano. Esto supuesto, podemos dar un paso más en la evaluación del sistema. ¿Fueron aquellos obispos presentados por la Corona de peor calidad que los del resto de la Iglesia? ¿Se mostraron dichos obispos más leales al Rey que al Papa? No es fácil dar una respuesta segura en estas cuestiones. Deter- minar a priori quién es el candidato digno y apto para el episcopado ha sido y será siempre un problema muy delicado y complejo; y mucho más pretender saber quién es el más digno entre otros can- didatos. Eso es entrar en el fondo misterioso del alma humana. Tal vez, de no haber existido el derecho de presentación, los elegidos hubieran sido otros. Pero, ¿hubieran sido mejores? Tampoco puede el historiador profetizar sobre ese nebuloso mundo de futuribles. Ateniéndonos, sin embargo, a los datos conocidos, podemos traer una larga relación de prelados insignes, particularmente de los

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