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662 QUINTÍN ALDEA En resumidas cuentas, el Emperador quería, antes de la convo- cación del Concilio, reunir Dieta en Alemania; y Francia, persistía en celebrar primero su concilio nacional. Para evitar esto último envió el Rey Católico a Francia a su caba- llerizo mayor y consejero de Estado, don Antonio de Toledo, hombre de su absoluta confianza, para ver si lograba neutralizar los intentos de dicho concilio nacional que se había convocado para el 10 de enero de 1561. Mientras tanto, llegó a Madrid la noticia de que el Papa consul- taba a algunos teólogos y cardenales sobre la validez de los decretos de Trento, mientras no fuesen confirmados por el Papa. Esto inquietó sobre manera a la Corte de Madrid, pensando que el mismo Papa dudaba de la firmeza de unas decisiones que se esta- ban aplicando ya en España. La reacción por parte del Rey no se hizo esperar. ¿Se podía ignorar o derogar prácticamente todo lo hecho hasta entonces en Trento? ¿Serían nulos e inválidos todos los decretos dogmáticos sancionados por los Padres conciliares? ¿No eran ellos el fruto del magisterio infalible de la Iglesia reunida en Concilio ecumé- nico con la autoridad del Romano Pontífice y bajo la inspiración del Espíritu Santo? Es verdad que tales decretos no habían recibido aún el refrendo oficial de la confirmación pontificia. Pero también es verdad que la confirmación no crea el objeto de la fe, sino lo supone. Implícita y tácitamente el Papa estaba de acuerdo con ellos. En caso de que la convocatoria no fuera prórroga, ¿habría que discutir de nuevo todos los decretos dogmáticos, como, por ejemplo, el decreto de la justifi- cación? Tal vez sea éste uno de los momentos más dramáticos de la intervención –léase control– de Felipe II en la marcha del Concilio. El monarca español sintió más hondamente que nunca su deber de príncipe cristiano y con la conciencia de su responsabili- dad determinó escribir una carta autógrafa y secreta al Papa Pío IV exponiéndole con toda sumisión y reverencia sus preocupaciones de hijo obediente de la Iglesia. Rara vez como en ésta se consigue captar el perfil del hombre creyente que era Felipe II. c l a l a s s l l y t t S r l s e s s t

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