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534 ANTONIO HEREDIA Cuando la filosofía se mezcla y une con el pueblo judío de la Diáspora, anunciando lejanamente una nueva época histórico-filo- sófica, no se pierde la filosofía sino que se transforma; toma otra orientación que le viene precisamente del lugar de su “nacimiento”, de la nación de quienes reflexionan –los piadosos judíos heleniza- dos de Alejandría–, que a su vez influyen, sobre todo Filón, en la última manifestación de la filosofía griega, el neoplatonismo, y no menos en los orígenes de la filosofía cristiana e islámica. En realidad es una nueva y más depurada aspiración religiosa, propia de aquella época intermedia entre la Antigüedad y Edad Media, la que hace que la filosofía se abra sin más a nuevos campos de reflexión. Lo significativo para nosotros es ver cómo esa aspiración común a armonizar la filosofía con la religión da por resultado formulaciones diferenciadas, explicables no sólo por la diferente aplicación de la lógica abstracta a los sistemas griegos sino por la diversa comunidad esencial constitutiva en que son recibidos: pue- blo judío (Filón), Roma cristiana (Justino), mundo greco-romano pagano (Plotino), mundo islamizado (Al-Kindi). Todos intentan conformar la filosofía con las respectivas raíces culturales y religio- sas de que dependen. Ninguno se limitó a copiar, sino a recrear en, para, con, desde, ante… su ámbito la herencia griega recibida. La universalidad de la filosofía no fue obstáculo para que se coligara con la diferencia cultural del pueblo receptor, ofreciendo cada uno a su vez una respuesta (una perspectiva, diría Ortega y Gasset) con pretensión de validez universal. La nueva conciencia ilustrada y religiosa en sus distintas versio- nes poco o nada tenía que ver con la de los antiguos poetas ni con los dioses del Olimpo griego o del Panteón romano. Era una fuerza que empujaba a la misma filosofía a la purificación del principio ori- ginario, a la afirmación de una Unidad trascendente (concebida de forma distinta en cada una de las áreas o naciones culturales), princi- pio único de todo ser y conocer. Misteriosamente enlazaba esta aspi- ración con la que se inició la aventura filosófica en los presocráticos, sólo que ahora aquel arjé venía envuelto en cuatro modelos filosó- fico-religiosos unificadores de otras tantas conciencias comunitarias, origen y efecto a su vez de diferentes nacionalidades. No es que la filosofía griega se hubiese perdido en aquel renaci- miento religioso, como insinúa mi querido y siempre admirado maes- t r y t a ll s t e e l r e c t s S

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