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530 ANTONIO HEREDIA prescindirse a discreción. Son ni más y ni menos que el “lugar” de su encarnación , la cara visible de la única realidad existente, mutua- mente condicionada en la estructura dual constitutiva de su ser ahí. Por eso, toda acción que pretenda reducir la filosofía a una de sus “caras”, sea substanciándola en sociología del conocimiento (en cual- quiera de sus formas) o en pura y abstracta metafísica, lo que en ver- dad acaba haciéndose es matarla sin comprenderla. Es el precio de todo “idealismo”, que también se da en posturas materialistas disfra- zadas a veces de “ciencia y tecnología”. En todo caso posturas inca- paces de comprender lo “diferente” como parte del hecho filosófico. Como consecuencia de esta breve reflexión, y siempre en fun- ción de clarificar el tema propuesto, podemos preguntarnos también por lo que podemos considerar lo auténtico en filosofía. Es evidente que de la respuesta que se dé dependerá la solución que se adopte en la tan debatida cuestión de las filosofías nacionales. ¿Qué es pues lo auténtico en filosofía: lo universal o lo particular, lo interior o lo exterior, la razón pura o la histórica? O como diría Ortega, ¿las ideas o el cuerpo de profesores encargado de enseñarla? ¿Qué es lo autén- tico en filosofía: la nación a que pertenece el filósofo o su obra? Para el gran maestro madrileño no cabe duda: la obra, las ideas. Pero aquí parece que no fue consecuente con su propia filosofía expresada tempranamente en la fórmula “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” 3 . Yo y mi circunstancia somos una estructura unitaria de integración, luego la autenticidad ha de caer lógicamente de ambos lados, pues ambos lados me pertenecen sin que sea posible una circunstancia sin un yo y viceversa. Por tanto, en una palabra, tan auténtico en filosofía es lo interior como lo exterior, lo universal como lo particular…, pues no se da ni puede darse una dimensión sin la otra, sin que por eso sean ambas lo mismo. Una cosa es distinguir en función del análisis y otra descoyuntar la realidad. Pues todo ser vivo, y la filosofía lo es en tanto criatura del filósofo, no tolera para seguir viviendo más que una distinción metódica. Aquí como en tantos otros ámbitos la regla de oro está marcada: distinguir para unir. Lo auténtico, pues, de la filosofía lo es todo, aunque de dis- tinta manera. Y sin más preámbulo, entremos en materia. 3 J. ORTEGA Y GASSET, Meditaciones del Quijote . O.C., I (Madrid 1963) 6ª ed., 322. 2 s “ li t t e e c s e a e r e r r 1 “

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