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FILOSOFÍA Y NACIÓN 557 a - e e - . a y . s e - e s s e l a e l - II ), ratura, el arte, la sociología o la mística. Ello no implica que tenga que adoptar frente a estos ámbitos de experiencia una docta o rús- tica ignorancia, ni mucho menos. Pero tampoco debe confundir, y si quiere incluir en su programa expositivo o investigador obras de esta clase, debe ser muy riguroso en la selección, y buscar aquéllas en que el discurso filosófico brille de manera notable. Tenga en cuenta el historiador de la filosofía nacional que no debe ser sólo testigo de ella sino su guardián. No porque crea saber más que nadie, sino por imperativo de su propio oficio, si es que no quiere desvirtuar su disciplina. En este sentido tal historiador se ha de com- portar como un filósofo entre los filósofos, apoyado precisamente en la modalidad de un pensamiento eminentemente histórico. Va de suyo que cualquier tipo de historia que se emprenda, como disciplina científica que es en su orden, no puede reducirse a una crónica doxográfica o a una antología de biografías ilustres, sino que debe tener unidad interna (ontológica y epistemológica), pues sólo por ella se podrá descubrir el sentido histórico-filosófico del campo estudiado. Ahora bien, la unidad de que aquí se trata en primera instancia es la epistemológica, la unidad que se consigue en una historia bien constituida con fundamento en la realidad. El histo- riador debe formar unidades, no cúmulos , como decía ya en el siglo XVIII Juan Pablo Forner; y esto es válido para todo tipo de práctica historiográfica: la general, la nacional, la institucional, la individual, la temática y la aporética. En todas y cada una de ellas debe resplan- decer la unidad. Esta, cuya existencia ontológica se supone porque el objeto de quien se predica puede ser historiado, se logra en la disci- plina histórica cuando el investigador descubre el fin de los hechos que trata, sus causas y razones dialécticamente entrelazadas y los expone conforme a un método adecuado que dé razón de los hechos en toda su integridad. Pero una consideración integral de la metodología de las filoso- fías nacionales pide no detenerse en los aspectos eruditos, doctrinales y epistemológicos. Tales filosofías no pueden caminar hacia su afir- mación y consolidación únicamente por las vías de reconocimiento de su objeto (existencia de las fuentes), análisis de sus doctrinas y su constitución en disciplina (estatuto científico). Son desde luego aspectos esenciales sin los que no habría lugar siquiera a hablar de la cosa, pero no son suficientes para completar su círculo hermenéutico,

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