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FILOSOFÍA Y NACIÓN 545 , . s a - - s e e e ” - s e - - y e , a , , e - s - l y - , e a . Es como si no existiera. He aquí pues la falacia o confusión de juicios de que más arriba hemos denunciado. Ahora bien –preguntamos–, ¿resuelve la negativa para la cien- cia el enigma que se tiene delante? ¿Lo explica o comprende? Evi- dente, no. De ahí la esterilidad científica de la visión excesivamente preocupada. Porque, a la verdad, los libros con los nombres de sus autores y fechas a pie de portada seguirán allí, testimonios mudos de épocas próximas y lejanas. Más aún, llegarán otros nuevos, las estanterías se llenarán y habrá que habilitar más espacio para con- tenerlos… Pero nuestro hombre seguirá en sus trece y no admitirá la realidad que tiene delante de los ojos. ¿Por qué? Porque su visión padece distorsión producida por su “lente”, y no se da cuenta de algo tan sencillo como que un libro de filosofía o de lo que quiera que sea (por muy mediocre que parezca o muy alejado que esté de nuestra posición doctrinal) es antes que nada lenguaje , texto muerto que está pidiendo de suyo diálogo, solicitando lector para volver a ser texto vivo y mostrar así el complejo mundo que lleva dentro 23 . En definitiva, nuestro hombre no variará de opinión porque, falto de la pasión de verdad y de sentido histórico, que le haría salir de su miopía, carece de órganos elementales para interesarse por otra cosa que no caiga bajo el signo de su visión. Si de él dependiera, nuestras filosofías nacionales y las de otros muchos países, guarda- das en bibliotecas inmensas, estarían condenadas a un permanente silencio. En el fondo, tal actitud antihistórica manifiesta falta de res- peto por el lenguaje y nula comprensión de la naturaleza cultural de la filosofía. Esta, como producto que es del hombre de carne y hueso, está enraizada en la cultura y en la historia, y ello lo testifica mejor que otro tipo de historia las historias nacionales de la filosofía. “Las cosas y los hombres –escribía hace algunos años un célebre teólogo sal- mantino– estamos en el lugar y en él somos: somos desde él, con él y por él, en una interpenetración que termina haciendo que ese lugar en cuanto tal nos configure a nosotros y que nosotros lo configure- mos a él. El lugar es una realidad que pertenece no sólo al mundo de la física o de la metafísica. No sólo está en relación con el espacio sino con el ser; y desde uno y otro establece el marco en el que la 23 Ib ., 77-80, 136-137, passim .

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