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536 ANTONIO HEREDIA ellas centros de poder, espacios, tiempos, lenguajes y medios dife- renciados; en resumen, plurales “moradas vitales” que impregnan de peculiar sello la obra cultural de sus moradores, entre ellos la de los filósofos… españoles, franceses, italianos, ingleses… 12 . Y esto ocurre así también en las épocas moderna y contemporánea, y acaso con mayor contundencia y claridad por el papel estructurador y dinami- zador de la conciencia social que ha jugado el Estado desde el siglo XV en adelante. Y es que, como escribe con sobrada razón Américo Castro, “en la vida se encuentra tanto el yo pensante como lo que da ocasión al pensamiento: todo existe y se da en la totalidad básica y omniabarcante de la vida, la cual está en ella misma…” 13 . También dejó dicho unos años antes Ortega y Gasset que “pen- sar es dialogar con la circunstancia” 14 . Y qué duda cabe que en la circunstancia de cada cual, aparte la familia, comunidad esencial constitutiva primaria, la nación ocupa junto a ella un lugar desta- cado, aunque secundario, por las posibilidades de toda índole que ofrece para configurar la vida 15 . Quiere esto decir que la nación forma de suyo, cualquiera que sea el momento evolutivo en que se halle, un elemento primordial del propio pensamiento. De ahí que, como dijo el mismo Ortega en otro lugar, toda obra o acción humana (escribir libros de filosofía o de ciencia por ejemplo) es en algún sentido, además de una obra o problema científico o filosó- fico, una obra y problema “nacional”. La nación es pues parte inte- grante de nuestra realidad más personal…, “y si no la salvo a ella no me salvo yo”; esto es, si no la conozco y la amo y la sirvo y no busco su sentido con el esfuerzo y sudor de mis mejores obras, mi futuro queda como suspendido en el aire…, perdido y sin orienta- ción. “ Benefac loco illi quo natus es ”, afirma el mismo Ortega con 12 La expresión “morada vital” es una figura historiable puesta en circulación por Américo Castro. Pretendió superar con ella la mera caracterización psicológica de los pueblos poniendo más bien el acento en la estructura vital desde la que es posible comprenderlo en sus grandes y pequeños hechos. Cada pueblo, grande o pequeño, la tiene e impregna de ella a sus naturales, entre los cuales se cuentan los filósofos ( O.c. en n. 7, 109-115). Cf. J.L. GÓMEZ MARTINEZ, Américo Castro y el origen de los españoles (Madrid 1975) 111-114. 13 A. CASTRO, O.c. en n. 7, 116. 14 J. ORTEGA Y GASSET, “Prólogo a la “Historia de la Filosofía”, de E. Bréhier”, en O.c. , VI (Madrid 1964) 6ª ed., 391. 15 J. FELLERMEIER, Compendio de sociología católica (Barcelona 1960) 31. f 3 s ll c y a “ c “l y c e p i t q s c n l fi c r ri d p d h

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