NG200701018
478 LEONARDO R. DUPLÁ cionada, por múltiples factores, al hombre, como ser espiritual que es, siempre le queda un cierto “margen de maniobra”. Dicho de otro modo, estoy convencido de que el hombre es responsable de sus actos y es, en esa misma medida, coautor de su destino. Con todo, no voy a ofrecer aquí las razones por las que creo esto, pues deseo referirme sobre todo a lo que antes he denominado libertad exterior. Aquí ya no se trata de si las decisiones que tomamos las tomamos realmente nosotros, sino que, dando por supuesto que realmente somos autores de tales decisiones (dando por supuesto que realmente tenemos libertad interior), el problema que se plantea ahora es el de si los demás nos permitirán hacer eso que hemos decidido hacer. Un hombre al que se le impide hacer cosas tales como expresar su opinión en materia política, o residir en determinado lugar, o entre- garse a los estudios que le permitirían seguir la vocación que siente, un hombre así posee en principio libertad interior, puesto que él ha decidido libremente hacer todas esas cosas; pero carece de libertad exterior, puesto que la sociedad o el Estado le impiden hacer eso que él había decidido hacer (expresar su opinión, vivir en tal ciudad, estu- diar tal carrera). Él tiene una cierta idea de lo que querría hacer con su vida, pero hay quien está firmemente decidido a que ese hombre viva de otra manera, a que no tome las riendas de su propia existencia. No cabe duda de que la libertad, tomada en este sentido, posee hoy un prestigio incomparable. Hoy cunde la idea de que se ofende a la persona humana, se le falta al respeto debido, si se le impide vivir de acuerdo con sus convicciones, libremente alcanzadas. A una persona adulta no se le debe imponer un estilo de vida, pues esto es tratarla como si fuera un niño incapaz de vivir por cuenta propia. Esta convicción ha quedado reflejada, por ejemplo, en la Declara- ción Universal de los Derechos Humanos. Todos los llamados “dere- chos de primera generación” (entre los que se encuentran la libertad de opinión, la libertad religiosa, el derecho a la vida, el derecho a la propiedad, a la participación activa y pasiva en la vida política, etc.), todos estos derechos pretenden garantizar el libre desarrollo de la personalidad, es decir, que cada persona pueda escoger el modo de vida que más le atraiga 1 . 1 Sobre las distintas “generaciones” de derechos humanos puede verse el cap. 5 de L. RODRÍGUEZ DUPLÁ, Ética de la vida buena (Bilbao 2006). i é c f c c c l t li 2 t s p (t b p p c e e
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