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SOBRE LA LIBERTAD POSITIVA 487 r - i a r e a - a s a a l - l. e a l. l a l , e d 5. EL ECLIPSE DE LA LIBERTAD POSITIVA Platón expresaba bellamente esta misma idea de la necesidad de superar la escisión de yo empírico y yo ideal al exhortarnos a ser ami- gos de nosotros mismos. La ética platónica se fundaba en una con- cepción antropológica que había de tener una enorme repercusión en la historia de las ideas. Según Platón, la voluntad humana no es una facultad pasiva o inerte, sino que se encuentra tensada por naturaleza hacia su propia plenitud: estamos hechos para el bien. El dinamismo natural de nuestra voluntad nos lleva a proponernos fines sin cesar, pero como la voluntad es de suyo ciega, muchas veces nos propo- nemos metas que, una vez logradas, no nos satisfacen, no calman nuestro anhelo. La voluntad da, en efecto, palos de ciego. El caso más notorio de este extravío es el del tirano 6 . La conducta despótica del tirano obedece a que él ignora que la más importante condición para el logro de la plenitud que anhelamos es la justicia del alma. Al hacer de la injusticia el instrumento con el que espera alcanzar su propia felicidad, el tirano en realidad arroja piedras contra su propio tejado. Él hace cosas que no haría si estuviera mejor informado. Él quiere lo que en realidad le perjudica y por tanto no es amigo de sí mismo. Bien mirado, el tirano quiere lo que en el fondo no quiere, pues nadie puede querer lo que le daña. Este “querer lo que no se quiere” es, desde luego, un síntoma de la escisión del yo a la que antes nos referíamos. De hecho el tirano, pese a gozar de la mayor libertad negativa, pues nadie es lo bastante poderoso como para impedirle hacer cuanto le venga en gana, carece de libertad positiva, pues su yo fáctico dista máximamente de su yo ideal. La idea del yo dividido, del yo que no coincide consigo mismo por no haber llegado a ser (o por haber dejado de ser) el que debería ser adquiere una nueva dimensión en el marco de la teología cris- tiana del pecado y de la gracia. El pecado consiste precisamente en la renuncia a ser el que somos, en el cerrarse al designio de Dios para con el hombre. Dado que entraña pérdida de libertad, la literatura cristiana describe el pecado como un estado de servidumbre. Pero las cadenas de esta servidumbre no las puede romper el hombre por sí 6 Los dos lugares imprescindibles para el estudio de la interpretación clásica del fenómeno de la tiranía son el Gorgias de Platón y el Hierón de Jenofonte.

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