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486 LEONARDO R. DUPLÁ es el término que hemos escogido para explicar qué quiere decir libertad positiva). La clave está en entender adecuadamente el pre- fijo “auto-“. Está claro que alude al yo, al sujeto de la conducta. Si soy yo quien decido, entonces soy libre. Ahora bien, el “yo” de cada uno de nosotros tiene la asombrosa peculiaridad de no coincidir siempre consigo mismo. Una mesa, un árbol o un astro son los que son: están perfecta e indisolublemente solidarizados con su propia índole. En cambio, el hombre, como ser personal, puede estar inter- namente escindido o desdoblado, puede estar alienado de su propia índole. Y no me refiero a una alienación provocada por factores externos, como la enfermedad, la propaganda o la amenaza, sino a un no coincidir consigo mismo del que él es responsable. Esta falta de coincidencia la podemos expresar distinguiendo el yo fáctico, el que de hecho somos, del yo ideal, nuestro mejor yo, el que debe- ríamos ser. Esta distinción podrá sonar extraña de entrada, pero en realidad es un lugar común de la tradición filosófica y religiosa occidental. Desde Píndaro a Max Scheler, no ha dejado de resonar en Occidente el severo mandato: “Sé el que eres” 5 . En la autenticidad o fidelidad a uno mismo se ha visto siempre, en efecto, la cifra de la vida moral. Pero esto tiene sentido únicamente porque se cumple la condición antes expuesta: el hombre es ese ser paradójico que puede no ser el que es, ser infiel a su destino, traicionar su verdadera vocación. Esto supuesto, ya no es difícil ver que libertad positiva y libertad negativa no van siempre de la mano. Es perfectamente posible, en efecto, que una persona disfrute de plena libertad negativa por no sufrir interferencias a la hora de decidir, y que sin embargo carezca de libertad positiva, pues el yo que toma las decisiones no es el yo ideal, el yo más verdadero, sino que éste ha sido suplantado por el yo fáctico que huye de sí mismo. En la medida en que yo no soy yo, no cabe hablar aquí de auto-determinación, al menos si damos a ese prefijo su sentido riguroso. 5 Cf. PÍNDARO, Pítica segunda , II, 72; M. SCHELER, Ordo amoris (Madrid 1996). 5 s g c l f ti e f e r f s t r c c c d

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