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408 DIEGO GRACIA ya consumada, y el Concilio de Trento había establecido las normas generales de lo que se denominó la “contrerreforma” católica, frente a la “reforma” protestante. Luego veremos lo que la reforma, sobre todo la llamada “reforma radical” dio de sí, que fue un modelo claramente alternativo. En cualquier caso, lo que sí es evidente es que la moral de la Iglesia católica se organizó en torno a este prin- cipio: la función de la moral no es hacer razonables los deberes morales, sino exponerlos correctamente y explicitar el modo como deben ser aplicados a los casos concretos. Las normas morales no son discutibles ni interpretables. La única que tiene autoridad para eso es la propia Iglesia, que exige a sus fieles en este punto la más estricta sumisión. Es importante mostrar la razonabilidad de esas normas, pero en cualquier caso su obligatoriedad no le viene dada por su carácter razonable, sino porque han sido establecidas por quien tiene autoridad para ello, que es Dios, y su representante en la tierra, la Iglesia católica. Nadie más puede asumir lícitamente esa función. Así va a funcionar durante los siglos modernos el modelo doc- trinal o instructivo. Un programa de ética tiene por objeto enseñar las normas morales y la fuente de que proceden, que a la postre es siempre Dios. De tal modo que no cumplir esas normas se ve como un acto contra Dios, una infidelidad. De ahí que a este modelo le corresponda, con toda justeza, el calificativo de “fideísta”. Es una concepción fideísta de la ética. Por supuesto, los intérpretes auténti- cos y definitivos de esas normas no pueden ser más que las autori- dades eclesiásticas, y en consecuencia las clases de ética tienen que dedicarse a exponer esa doctrina, la doctrina eclesiástica sobre estas cuestiones. En el caso concreto de la bioética, la función de los pro- gramas no puede ser otra que la de exponer la doctrina eclesiástica en todo lo referente a la vida y al derecho a la vida. Esto ha sido así hasta no hace mucho tiempo. Sin embargo, este modelo, el modelo impositivo, ha sufrido una evolución interna en el último medio siglo, como consecuencia, sobre todo, del proceso de secularización de la sociedad. Es obvio que a una sociedad secu- larizada es muy difícil convencerla mediante criterios que a la postre son fideístas, ya que apelan continuamente a Dios y a sus represen- tantes para justificar la autoridad de la norma. Por eso últimamente se hace dentro de esta corriente un especial énfasis en la “razonabili- dad” de este tipo de normas y preceptos. Puesto que Dios es el autor s e a e a a s e s g t e y e y l g c t i

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