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HACIA UN ENFOQUE SOCRÁTICO DE LA ENSEÑANZA DE LA BIOÉTICA 425 l r s a a , , - , l e o - s - e r - r r a e s - a - s a Una vez definidos esos dos mundos, hay que decir que en ambos es necesario el proceso de deliberación. Hay y debe de haber deliberación sobre los valores que deberían imperar en una sociedad humana bien ordenada. Esto es algo que la ética no ha visto con claridad más que muy recientemente. A lo largo de toda su historia, de Platón a Kant y Marx, la ética ha pensado que el orden de los valores absolutos podía establecerlo una persona por vías completamente racionales, y que cualquier otro ser humano que recorriera el mismo camino intelectual llegaría necesariamente a idéntica conclusión. Para establecer las normas absolutas no hacía falta, pues, preguntar a nadie. Bastaba con que uno se encerrara consigo mismo y dedujera las normas que deberían regir una socie- dad bien ordenada. La deliberación, por tanto, era aquí inútil. Se trataba de un proceso meramente deductivo, como el de cualquier teorema matemático. Puestas las premisas, se deducirían necesaria- mente las conclusiones. Esto explica que la ética clásica sólo haya considerado posible la deliberación en el segundo de los niveles, el real o práctico, en el que es necesario incluir en el proceso de toma de decisiones las circunstancias concretas de cada caso. De ahí que la deliberación acabara siempre en casuística. Ha sido el siglo XX el que ha llamado la atención sobre la debili- dad de ese supuesto. ¿Es tan claro como se ha venido pensando que la mente pueda deducir apodícticamente las normas propias de una sociedad ideal bien ordenada? ¿Cabe en este nivel proceder con un método similar al matemático? La respuesta actual es que no. Y ello por la simple razón de que esas normas habrán de tener en cuenta los valores de las personas, y no está dicho en ningún lugar que estos puedan demostrarse racionalmente, ni incluso que sean completa- mente racionales. Es obvio que para un israelita en la ciudad ideal debería descansarse en sábado, y que no deberían comerse ciertos alimentos, cosa que otros sistemas de valores no verán así. ¿A quién hacer caso, cuando los valores entran en conflicto? ¿Cuáles son los que deben prevalecer? Nunca podrá resolverse esto de modo apodíc- tico. Tampoco parece que la solución deba ser la completa neutrali- dad, y por tanto la exclusión de todos esos valores del catálogo de normas de la ciudad ideal. La única solución razonable es que todos los afectados por esos valores deliberen entre sí, a fin de llegar a un

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