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422 DIEGO GRACIA que esas razones no puedan explicarlos completamente, y escuchar también las razones de todos los demás que van a estar afectados por la decisión, a fin de enriquecer los puntos de vista de cada uno de los participantes y de esa forma incrementar la razonabilidad y la prudencia. La deliberación no es neutral en cuestiones de valor, pero tampoco es adoctrinadora. Considera que sobre las cuestiones de valor puede y debe discutirse, y que esa discusión es enrique- cedora para todos los participantes, permitiéndoles tomar deci- siones más razonables y prudentes. El objetivo de la deliberación es que todos enriquezcan su análisis de la situación y que de ese modo incrementen su prudencia, no que todos acaben decidiendo lo mismo. Esto es fundamental. La deliberación no es un procedi- miento de búsqueda de consensos, como tantas veces sucede en las metodologías bioéticas pragmatistas o neopragmatistas. De lo que se trata no es de eso, sino de incrementar la prudencia. Hay decisiones que habrá que considerar imprudentes, pero otras, aun siendo distintas entre sí, serán prudentes. Todo el que conduce un automóvil toma continuamente decisiones prudentes a pesar de ser distintas de las de todos los demás que también toman decisiones prudentes, etc. De lo dicho se desprende que la deliberación tiene presu- puestos. Nadie nace sabiendo deliberar. Hay que aprender. Y ese aprendizaje debería ser fundamental en la formación de todo indi- viduo, ya desde la escuela primaria. Ésa es la propuesta que hace Amy Gutmann en el libro antes citado, Democratic education. Para deliberar se requieren ciertas virtudes que son bastante infrecuentes en nuestro medio: pensar que el otro puede tener razón, al menos tanta como tengo yo; que su punto de vista me puede enriquecer, me puede servir para ser más prudente; tener capacidad de escucha y voluntad de comprensión de los puntos de vista distintos o discre- pantes; asumir el esfuerzo de dar razón de las propias opciones de valor, a pesar de lo dificultoso que esto resulta; en una palabra, tener la capacidad de aceptar que uno es falible, que no sabe, que se equi- voca, que necesita de los demás, que en un debate puede no tener razón y que sus argumentos, en todo caso, no son apodícticos, que no agotan el problema. Yo resumiría todo esto diciendo que para deliberar se requiere una cierta humildad intelectual. El que esté absolutamente pagado de sí mismo; el que, como decía Unamuno, s s s c c c s c t t i e “ c e K g r ( c

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