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EL DOGMA DEL PECADO ORIGINAL Y EL ATEÍSMO MODERNO 395 a i : a e - y - e s s e e e s a - - a : r e a s a ’ - Bayle defiende que ser ‘ateo’ no es sinónimo de ser ‘libertino’ como piensa la gente cristiana y sus predicadores. Se puede ser hombre ‘honrado’ prescindiendo totalmente de Dios. Es la figura del “hon- nête homme” –de los tiempos de la Ilustración– a la que hemos aludido. Posteriormente, se ha presentado al ateo como el hombre éticamente honesto, justo, ‘santo’. Y, siguiendo la indicación de Nietzsche, como encarnación del anhelo humano de inocencia ori- ginaria, del espíritu que quiere ser niño. Es necesario explicar esta parábola. El deseo universalmente humano de “inocencia original” se manifestó ya con fuerza en el momento mismo en el que la teoría agustiniana hacia su presentación en el seno de cristianismo. Los pelagianos, su más inteligente y noble representante Julián de E, defendía con energía la dignidad de la naturaleza que sale de las manos de Creador buena, inocente, sana santa, íntegra ( dignitas naturae conditae, sancta natura ): “Aquellos a quienes el Creador hizo buenos, el bautismo de Cristo los hace mejores”. Decir lo con- trario es ofender la bondad del Creador y la dignidad del hombre imagen de Dios. Mejor no recordar los afrentosos descalificativos que el Obispo Hipona acumulaba sobre el ‘hombre caído’ en PO. Se resumen esta fatídica tríada: masa de pecado, de perdición, de condenación. Lo que Nietzsche reivindicaba al hablar de la segunda ino- cencia, la inocencia de niño, del espíritu trasformado en niño lo expresan los textos citados y otros similares. Es normal pensar que Nietzsche, hijo y nieto de pastor luterano, educado en la ortodoxia luterana, tomase las citadas fórmulas del Nuevo Testamento. Pero luego “subvirtió sus valores,’ dándoles una interpretación favorable a su ateísmo radical. El ‘niño’ (Zaratustra) que postula Nietzsche está en el polo opuesto al ‘niño’, al ‘recién nacido’ que anuncia el N. Testamento. Aquí el ‘niño’ es símbolo del indigente que depende plenamente de otro, que lo recibe todo como don y no como algo que se le deba, que abandona en otro todos sus cuidados, como el niño en el regazo de su madre (Sal 131,2). Como indicaba Lacroix, la inocencia que reivindica el ateo es la inocencia originaria: que no se le llame culpable antes e inde- pendientemente de la actuación de su libertad y responsabilidad personal. Que no se hable de ‘culpabilidad original’ que vicie y corrompa, en su mismo punto arranque, todo empeño por ser hon- rado. Porque, al ser originaria, congénita quiere decirse que no se

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