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EL HOMBRE, SER ABIERTO AL OTRO Y RELIGADO A DIOS… 357 , e - - - - : - - - r - - e r - a - e l ) e su cuerpo, su forma y sus movimientos, y que únicamente fundados sobre estos datos de su apariencia física podemos llegar, de uno u otro modo, a suponerlo animado, a suponer la existencia de un yo ajeno” 3 . Estos principios fueron admitidos como algo impuesto y necesario. No cabía el pensar que fuesen discutibles y variables. Una serie de análisis fenomenológicos hacen hoy insostenibles estos anti- guos principios y Laín nos lo demuestra con el ejemplo del yo difuso del niño que tiene más exterioridad que interioridad y vive más en la comunidad que en la individualidad 4 . La primera vivencia que me da mi encuentro con el otro es una comunidad genérica que tiene su propia singularidad cualitativa y es preciso distinguirla de los demás términos, del yo, del tú, del noso- tros adulto y del yo-nosotros de la infancia. Percibir al otro, además de la vivencia de una realidad expresiva, importa “ la vivencia de un nosotros universal y genérico, el correspondiente a nuestra común condición humana; percibiendo a otro, vivo más o menos acusada- mente que no es propio “algo” cuya realidad no se agota en él y en mí ” 5 . Laín Entralgo llama a esta vivencia nostridad o nosidad. La nostridad es distinta e irreferible a las vivencias del tú y del yo. Lo que me da la percepción del otro es una nostridad irreducible al yo y al tú. “El otro como tal pertenece, sin duda, a la espera de lo que no me es propio; pero antes de serme “otro”, antes por tanto, de ser ‘tú’ ante mi ‘yo’ él y yo hemos comenzado siendo ‘nosotros’” 6 . 3 Ib ., 171. 4 Cf. Ib ., 175: “El niño recibe las ideas y los sentimientos de su mundo por vía de “transmisión”, y en modo alguno piensa que le hayan sido comunicados por otro; más sencillamente, vive en ellos. La conversación del niño parecerá a veces egoísta: parece ocuparse únicamente de sus intereses sin salir de la esfera de su yo. Sin embargo, los analistas actuales han hecho notar que no se trata propiamente de una actitud egocéntrica, sino de una vivencia profundamente comunitaria. El niño vive en el supuesto de que todo lo suyo es conocido y compartido por los demás, no tiene secretos. En realidad, vive el yo y el tú en una difusa experiencia de comunidad; ella sirve de apoyo a todo el desarrollo de su existencia infantil. Esta vivencia difusa del nosotros continuará hasta el momento de la adolescencia, en que el muchacho descubre su yo como pretensión íntima y personalmente propia, y, por tanto, como soledad, anhelo y melancolía”. 5 Ib ., 77. 6 Ib ., 62.

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