NG200701014

EL HOMBRE, SER ABIERTO AL OTRO Y RELIGADO A DIOS… 369 - - e s e - - s y a a - , , a y s a l, y - a - l a posesión del sumo bien. “Un hombre esperanzado es un ser racional que afirma vital y sucesivamente su condición de ens religatum; y lo afirma en cuanto el objeto de su esperanza es, de manera más o menos explícita e ilustrada, la “deificación” de su persona, en la medida en que una persona creada y finita puede ser deificable ” 37 . El menester del hombre que llamamos esperar, en el fondo es la nece- sidad que tiene de unirse a Dios. Esta necesidad no es una utopía, es el fruto espontáneo de la esencial religación del hombre a Dios. Aquí radica la raíz ontológica de la exclamación de S. Agustín: “ Inquietum est cor meum, Domine, dones requiescat in Te ” 38 . El ser histórico y esperante del hombre sólo puede descansar en la divinidad. En ella se equilibra la tensión entre el deseo de infinitud que nos espolea y la constante experiencia de nuestra finitud. Este interno desequilibrio desaparecerá cuando el ser creado llegue a una plena unión con la divinidad. La unión con Dios pone al hombre en contacto con el ser perfecto y sumo bien. En verdad, el hombre es un proyecto de “deificación”, pero no un proyecto absurdo. La razón natural descubre las ansias de infinitud que anidan en el corazón humano. La revelación cristiana ha querido completar estas ansias hechas de ensueños, posibilidades y utopías. No sólo el esperanzado afirma su religación a Dios; también el hombre desesperado es un testigo de esta dependencia humana. En definitiva, el hombre desesperanzado “ es un ser racional que niega en el tiempo su constitutiva religación; y la niega, esto es lo decisivo, confirmándola, haciendo objeto de su desesperanzada o angustiosa esperanza el “endiosamiento” de su propia persona, es decir, una “deificación” desligada y autónoma, no referida al ‘ens fundamen- tale” de su ‘religatum esse’ ” 39 . Leopardi, Baudelaire y Unamuno sin- tieron en sus almas la esencial necesidad de Dios. La creencia de que no podían satisfacer este constitutivo menester de su existencia les condujo a la desesperación. La voz del desesperado se dirige siempre a Dios, siente abierta en su alma la exigencia de la divinidad y no consigue despejar la duda que le ofusca su existencia. Por eso su vida se desgasta en una 37 Ib ., 583-584. 38 S. AGUSTÍN, Confesiones , 1.I, c.1, n.1. 39 P. LAÍN ENTRALGO, La espera y la esperanza , 584.

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