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354 ALFREDO ALENCART de la herencia que le dejó su padre inmigrante; ahí mi abuelo Alencar tomando cafezinhos; ahí la tía Albina Iberico todavía desangrándose… ahí, justo ahí encontré a mi Cristo perseguido, a mi Jesús revolucionario del mundo antiguo, a mi amado Galileo remojándose sus heridas, diciéndome: “Calma, camarada, ya todo pasó. Ve y ten benigna comunión con tus hermanos”. Con amor, alzando el tayampi que me regalara el huamandakaeri, me despedí diciéndoles: iji-uai, me voy, iji-uai, me voy… (¡A los poblados de los indios mashcos deberías venir a hacer misión y a aprender, buen Dionisio de Cuenca y Salamanca!) Terminado el efecto de la ayahuasca, volví al reino donde hallé la paz con mis hermanos, con mis huamaambis en la fe, creyentes del Señor de todas las cosas. La luz se detuvo ante mis ojos y tejió promesas para siempre. A LFREDO P ÉREZ A LENCART Universidad de Salamanca v e e c a g c 1 1 c y

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