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228 ISABEL ORELLANA miento que halló a su alrededor inundaba su espíritu con nuevos y acuciantes interrogantes acerca del «sentido profundo de la vida y del ser del hombre. El anhelo surgido de una constante contemplación plasmada todavía en la vida y en la investigación científica le instaba a encontrar la interrelación de la existencia en la humanidad y en la totalidad del mundo y del ser» 5 . La búsqueda del núcleo de la exis- tencia humana le lleva a preguntarse por el fundamento y la causa de todo ser, de esa realidad última que engloba y sostiene todo lo que existe. Y el análisis de la constitución psicofísica del individuo la conecta con el tema de las relaciones intersubjetivas, esto es, la capacidad que tenemos de comunicarnos con el otro, de «empatizar» que, en términos husserlianos, posibilita la constitución de un mundo objetivo. Para Edith era claro que eso se produce debido a que la persona humana es un ser espiritual; un ser «abierto» a la verdad. Es decir, que el estudio de la empatía le permitió comprender de otro modo las personas espirituales. En medio de este proyecto intelectual, que seguía su curso, Edith había constatado sobradamente que Husserl no era creyente 6 . Que mostraba un respeto por la religión, pero situaba por encima de todo la verdad filosófica. Pero también le era manifiesto que la filosofía, en cuanto ciencia estricta, no satisfacía todas las exigen- cias ideales. Y en este instante crucial de su vida sucedió algo de lo que numerosos seres humanos, antes y después que ella, han tenido también experiencia: frente a un espíritu que pregunta, pide, reclama…, Dios siempre responde (Mt 7,7-8). Así, en un momento dado, Edith será consciente de que el feliz encuentro que se pro- dujo con el fenomenólogo Max Scheler –judío converso, cuya «filosofía profética», a diferencia de la fenomenología propugnada por su maestro Husserl, dejó impresa en su ánimo una huella inde- leble– era cosa de Dios. La joven profesora quedaría impresionada de «su genialidad», de tal modo que, el «sentido de los valores» junto a la formidable intuición del filósofo, la orientaron en el camino 5 Cf. D. FEULING en F.J. SANCHO, Anuario Filosófico , 62 (1998) 672, n. 13. 6 Al final de sus días él también abriría los brazos a la Verdad con mayúsculas, encarnada en Cristo. Cf. al respecto el trabajo de J.M. OESTERREICHER, Siete filóso- fos judíos encuentran a Cristo (Madrid 1961). Los pensadores son: Henri Bergson, Edmund Husserl, Adolf Reinach, Max Scheler, Paul Landsberg, Max Picard y Edith Stein. c l f e s 1 e l c 2 i t c c a s l t f r t

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