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252 ISABEL ORELLANA ¿a qué era debido? A que su espíritu, formado en el rigor de la contemplación, estaba imbuido por el amor a Dios, lo cual se mani- festaba en ese estado de oración permanente en el que ya se había acostumbrado a vivir. Todo en ella, su obediencia, su peculiar capa- cidad de penetración, la agudeza de su privilegiada mente, estaba orientado a Dios. Así fue como trazó con su vida un puente desde la filosofía a la contemplación. Su progreso desde la filosofía a la mística se percibe claramente en su obra Ser finito y Ser Eterno , aunque en el proceso de su iti- nerario espiritual podemos seguir también su ascenso siguiendo la honda reflexión que realiza en Ciencia de la cruz . Este documento inacabado, redactado ya al final de su vida, refleja la consciencia de una persona que ha tenido que vencer numerosas dificultades y se sabe deudora de la rotunda acción de la gracia divina en su vida. Sin ella, hubiera sido imposible lograr cualquier meta. El análisis de la mística de Santa Teresa de Jesús le sirve como soporte en sus reflexiones: «Nadie llegará jamás por diligencias propias, ni aun apoyadas por la gracia, a experimentar como realidad viviente la presencia divina en su interior y el sentimiento de estar unido con Dios. Nunca el esfuerzo de la voluntad, ni con la ayuda de la gra- cia, logrará los maravillosos efectos que se producen en los fugaces momentos de una unión; transformar el alma de tal modo, que ya ella no se reconozca a sí misma, hacer de la oruga, ese gusano feo, una hermosa mariposa. El esfuerzo propio necesitaría muchos años de dura lucha para lograr algo que se le pareciera» 59 . Esta había sido su experiencia. Ni la filosofía ni ninguna ciencia puede lograr que el ser humano llegue a descubrir el alcance de una vivencia que es pura gratuidad divina. Edith aparece conmovida ante el descubrimiento progresivo del amor de Dios en su interior, un amor que es donación pero que se manifiesta también como exi- gencia de reciprocidad, que se irradia en todos los seres humanos sin excepción y se derrama sobre ellos con independencia de sus méritos o deméritos. Así expresa sus íntimas vivencias en uno de sus textos: «Dios se ha hecho uno de nosotros, más aún, se ha hecho uno con nosotros. Esto es lo admirable del género humano: que todos somos uno… Para los cristianos no hay extraños… Aquel que está delante de mí es mi prójimo… El amor de Cristo no conoce lími- 59 E. STEIN, Ciencia de la cruz en Obras Selectas , 523-524. t a e a c e e s t i c r e a s t f l e s s s 1

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