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244 ISABEL ORELLANA la esperanza de recuperarla, la seguiría en ese camino con persis- tente oposición, como hizo ante su toma de hábito. Ningún miem- bro de su familia la acompañó ese día, aunque no le faltó el apoyo de muchos amigos. Porque Augusta no entendería nunca la decisión de su hija. Ni siquiera respondió a las cartas semanales que le envió desde el convento. Edith llevaría esa cruz hasta el final de sus días. La huella de la madre en su vida jamás se disipó. En reiteradas ocasiones hablaría de ella y de sus hermanos a las religiosas de su comunidad, ensalzando sus valores y su piedad. A finales de 1938, a la par que negaba el rumor de la conversión de su madre antes de morir, expresaría la convicción de que se encontraba mediando en el cielo por ella y por las gravísimas dificultades que estaba atra- vesando la familia: «La noticia sobre su conversión fue un rumor sin fundamento alguno. Quién haya podido propalarlo, no lo sé. Hasta el final, mi madre se ha mantenido fiel a su fe. Ahora bien, dado que su fe y la firme confianza en su Dios se han mantenido en pie desde la más tierna infancia hasta sus 87 años; y dado que fue la última cosa que siguió viva en ella en su dura lucha con la muerte, por eso tengo la confianza de que habrá encontrado un juez bené- volo y de que ahora es mi más fiel intercesora, para que también alcance la meta» 44 . «Confío en que, desde la eternidad, la madre vela por ellos» 45 . El paso decisivo había sido dado. En una carta dirigida a Ruth Kantorowicz 46 en 1934 confesó: «Si la vocación al convento es autén- tica, ella misma hará tolerable el tiempo de prueba. Si, por el contra- rio, es la ilusión de un primer fervor, entonces será mejor saberlo fuera del convento que dentro, con el consiguiente duro desengaño» 47 . Era el razonamiento propio de una persona madura y versada, que tenía tras de sí un importante bagaje experiencial de luchas y dolorosas esperas, porque, ciertamente, cuando se examinan de manera retros- pectiva los primeros pasos de Edith, después de identificarse con la vida de la santa de Ávila, no hay duda de que adquirieron la fuerza del vértigo: bautismo, comunión, solicitud de ingreso en el Carmelo, 44 E. STEIN, Autorretrato epistolar (1916-1942) , 259: (Carta del 4.10.1936). 45 Carta a Petra Brüning 31.10.1938. 46 Con esta amiga se encontraría Edith al final de su vida en Auschwitz, junto a otro nutrido grupo de religiosos que, como ella, fueron asesinados. 47 http://www.ocd.pcn.net/ed_es1.htm. t y – i s s c e s e t i e 5 i c g tí c j e

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