NG200701008
242 ISABEL ORELLANA la menor: Mi madre no estaba acostumbrada a una resistencia seme- jante» 37 . Es un ejemplo del dominio que quiso ejercer la anciana sobre sus hijos –algo comprensible desde un punto de vista humano, si se tiene en cuenta que quedó viuda muy joven y tuvo que sacar ade- lante en soledad a todos ellos–, y también del talante de Edith que no se arredró ante nada de lo que pensaba que debía hacer. Del enorme influjo de la anciana madre judía da constancia el hecho de que Edith tuviera que pasar por un doloroso compás de espera antes de ingresar en el Carmelo, por consejo de su director espiritual, para preservar la salud de su progenitora. Y, naturalmente, en ese paisaje de resistencia materna que ya parecía habitual, antes de franquear la puerta del domicilio familiar para orientar definitiva- mente el rumbo en su vida en el claustro no tenía más remedio que asumir nuevamente las circunstancias difíciles que se le presentaban. Fueron momentos sensiblemente graves, porque tener que hablar a todos de un proyecto vocacional, en medio de los conflictos socio- políticos del momento, con las resonancias dolorosas de su conver- sión que permanecían vivamente encendidas en el corazón de su madre, pareció a toda la familia algo inhumano, imposible de exigir al corazón de la anciana. Edith preparó ese momento. Se trasadó a Breslau un mes antes para evitar sobresaltos a la madre y pidió ora- ciones para esos «difíciles meses» a su amiga Hedwig Conrad-Martius. Se ve que, por encima de otras preocupaciones, esa circunstancia familiar predominó en su mente: «Usted puede suponerse que ahora ya no estoy tan interesada en mi manuscrito. Consérvelo usted…» confesaría a Hedwig, cubriendo siempre a los suyos: «Para gran ale- gría mía, mis familiares son pacientes y valerosos…» 38 . Pero, como es sabido, la conversión de la hija al catolicismo había sido un golpe terrible para esta mujer fuerte y protectora. Y si ya este paso había sido duro para la madre, que contemplaría, entre confundida y dolo- rosamente conmovida en las hondas raíces de su fe judía, la sencilla confesión de la hija: «Madre, soy católica» 39 , quedando impresionada de la devoción con la que oraba junto a ella en la sinagoga a la que continuó acudiendo para acompañarla, qué decir de ese momento en 37 E. STEIN, Estrellas Amarillas , 296. 38 E. STEIN, Cartas a Hedwig Conrad-Martius , 23-27. 39 Cf. T. a MATRE DEI, Edith Stein. En busca de Dios , 85. e v c s s l c e y e s l i a e s r
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