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EDITH STEIN: FILOSOFÍA Y CONTEMPLACIÓN 233 a e r a a a - r l e . r s e e - - - a a s a l Y de ahí también que –una vez preparado su espíritu con la observación de lo que le rodeaba, el ejemplo vital de Scheler, la intuición de que se hallaba encaminada hacia el mayor bien y la determinación a no detenerse ante nada– no sorprenda a nadie lo que sucedió después, puesto que es algo previsible en un talante como el suyo. Adquirió los tintes propios de quien ya ha perci- bido, escrito en lo más íntimo de su ser, que está siendo llamado a algo grande 14 ; basta con no negarse a los hechos. Y así, algo tan usual como es compartir unos días de solaz entretenimiento con personas queridas, en su caso concreto dio un vuelco a su vida. En este contexto se halla la convivencia con sus amigos Adolf Reinach –perteneciente al círculo husserliano– y su esposa Anne, ya que la bondad emanada de sus encuentros no hicieron más que acentuar la necesidad que tenía de una vida interior más profunda. Su recie- dumbre personal, la agudeza intelectual y la seguridad de Edith eran insuficientes para hacer frente a la contemplación de su propia debilidad, percibida claramente a través de las conversaciones que iba manteniendo con estos amigos. Junto a ellos fue sufriendo una transformación tal que, casi sin darse cuenta, se halló inmersa en una nueva vía: la contemplación . Contemplar aquí debe entenderse como sinónimo de orar, de perseguir la búsqueda de Dios incansa- blemente y de ponerse en sus manos. El círculo de amistades, que tan bien había sabido cultivar Edith, le mostraron su propia indigencia. No fueron ellos propiamente quie- nes le abrieron las puertas de la fe, eso es cierto, pero le ayudaron en su camino hacia la verdad, aunque no fueron los únicos. Después hallaría el árbol enhiesto de savia eterna, propio de los místicos: «Donde falta la propia experiencia, uno debe apoyarse en testimo- nios de homines religiosi . De esto no hay escasez. Según mi modo de entender, los más importantes son los místicos españoles Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz» 15 . Por lo demás, ni la preparación de su tesis doctoral, ni la terminación del examen de estado que Edith 14 Edith tuvo esta convicción en su infancia. Así reconocerá: «En mis sueños veía siempre ante mí un brillante porvenir. Soñaba con felicidad y gloria, pues estaba convencida de que estaba destinada a algo grande y que no pertenecía en absoluto al ambiente estrecho y burgués en el que había nacido». Cf. E. STEIN, Estrellas Amarillas (Madrid 1992) 67. 135. 15 E. STEIN, Cartas a Roman Ingarden (Madrid 1998) 212.

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