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194 ILDEFONSO MURILLO Con una metodología filosófica, durante los últimos veinte siglos, muchos pensadores han reflexionado sobre lo que hace al hombre imagen de Dios. Un breve recorrido por la historia de la filosofía nos suministraría una gran riqueza de conocimientos antropológicos que han sido sugeridos por la concepción cristiana del hombre. No obstante en la época contemporánea, como ya he insinuado anteriormente, abundan los filósofos que han renunciado a concebir al hombre en relación con Dios. Algunos ven en Dios un peligro para el hombre. El amor a Dios iría contra el amor al hombre. No nos extrañe que en Occidente el amor al hombre haya suplantado al amor a Dios, haya eclipsado a Dios. No se requiere a Dios como fundamento y motivación del amor al hombre. Avanza un agnosticismo teológico que promueve la total independencia de la moral respecto a la teología. ¿Por qué sucedió esto? ¿Por qué ha crecido la conciencia de los derechos humanos y disminuido la fe en Dios? Porque no necesita- ríamos salir del horizonte histórico para fundamentar el amor al otro hombre. El amor que nos une con las otras personas, reconocidas en su propio valor, aparece como un impulso y reciprocidad que tienen consistencia propia. Vale la pena amar al hombre por él mismo. Es la razón por la que se describe y valora el amor interhumano sin hablar de Dios o rechazando explícitamente una fundamentación teoló- gica 38 . 38 Actualmente no es raro encontrar ateos o agnósticos que poseen clara con- ciencia de la dignidad de toda persona humana. No necesitamos partir de Dios para comprender la dignidad del hombre, al menos en tanto que realidad espiritual capaz de conocer, de querer libremente y de amar. Un amor auténtico al otro, por tanto, no requeriría un recurso explícito a Dios o a otra realidad juzgada superior (la Humani- dad, la Razón, la Cultura, el Partido, la Clase Social, etc.). Cualquiera que toma a los otros en serio halla en su dignidad y en sus necesidades una llamada suficiente para amarles. Amor que abre dos vías concretas de expresión y realización: la del diálogo y la de la escucha del prójimo humilde y pobre. Pues el diálogo personal, que implica a la vez respeto y enriquecimiento mutuo, hace que el otro surja con un relieve inesperado. Sostenga lo que sostenga y por extraño o extranjero que sea, merece un amor pleno. Se evita así el peligro de que al otro sólo se le aprecie en vistas de la praxis, de que se le disuelva en las realidades abstractas de la humanidad o de la clase social sin respetarlo en su alteridad de per- sona inalienable y dueña de sus decisiones. l l c c l g a r a a d u s y y s e e q u ú ( 2

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