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114 ANTONIO LLAMAS Jesús es el Mesías, pero no plenamente, porque debe todavía venir para llevar a cabo, el Reino de la paz universal, aquel que los profetas han prometido como don de Dios. Para nosotros los cris- tianos, en la cadena de esta historia de promesas, Jesús es el anillo decisivo, aquel que une al hombre con el Dios de la paz. Y al mismo tiempo, Jesús es una promesa nueva. Una promesa cumplida y rea- lizada en un momento concreto de la historia de la salvación. Esta historia no sucede por azar sino que se inscribe en el ámbito de las realidades temporales, en una realidad concreta, en un pueblo con- creto y dentro del esquema familiar de aquella época. Esta promesa se realiza en Cristo y constituye el punto neurál- gico del cristianismo naciente. Jesús no es solamente el Kyrios , sino también es el Hijo de Dios , al que los autores del Nuevo Testamento, otorgan una serie de títulos y atributos divinos, para realzar su divini- dad en un tiempo que otros dioses y otros señores querían protagoni- zar la primacía de su acción. Es obvio pues, que los autores neotesta- mentarios y entre ellos, San Juan, desean manifestar la realidad divina de Cristo, proclamando y anunciando a Cristo como Dios. Uno de los títulos divinos que llaman la atención en el inte- rior del primitivo cristianismo es aquel que explica San Juan en el Cuarto Evangelio, referido por San Mateo y repetido por el autor del libro del Apocalipsis, para ensalzar a Cristo, como el Señor Tras- pasado por todos. El Traspasado será el objeto de nuestro estudio, como figura dinámica del amor de Dios con los suyos. Este título no aparece de manera explícita en los textos que analizaremos después, pero es fácil vislumbrar a Aquel al que todos mirarán. El sentido semántico del verbo hebreo rq'D; (traspasar) y su equivalente en la lengua griega, ejkkentevw (atravesar con una lanza o espada), prefigura toda una tradición neotestamentaria y a su vez marca una pauta cristológica, para subrayar al único Cristo, es decir, Dios y hombre verdadero. Todo ello se precisa a través de las manifestaciones hechas por el mismo Jesús. Así los cristianos percibimos en Él que la fe es una verdadera fuente de vida. Por eso el que cree ha pasado de la muerte a la vida y posee la vida eterna. Sus acciones tienen una dimensión de eternidad. La fe en Jesús Resucitado hoy da sentido a la existencia. Sólo la fe hace posible que todos los que nos creemos cristianos lle- guemos a ser hijos de Dios. Creer en la divinidad no es una cuestión z v g s t c s a e s v L a 1 a c t c c
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