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68 ALFONSO ORTEGA dioses y a las turbulencias de la vida política, por medio de una sociedad integrada en la amistad y en la experiencia de un placer sin excesos, en un estado de serenidad sin perturbaciones, como el de la mar en calma – galéne –, valores de la Antropología y Ética epicúreas. A diferencia de la Filosofía Clásica en Platón y Aristóteles, las filosofías helenísticas, como el Epicureísmo, el Estoicismo y el Escepticismo, tienen como meta la realización de un determinado ideal de vida, la consecución de un estado constante de la sereni- dad de espíritu. Lucrecio pudo percibir en su momento histórico la urgencia del proyecto epicúreo. En cuanto a su repulsa a la religión- superstición, tal como se vivía en Roma, Lucrecio desenmascara en ella el instrumento para el ejercicio del poder, para cometer accio- nes criminales e impías, para la ambición de riquezas, para arreba- tar el poder del Estado. El mito, primera filosofía del mundo, en el ejemplo del sacrificio de Ifigenia, hija de Agamenón, le suministra un paradigma oportuno (Libro II, Proemio, 80ss.): En estas cosas yo temo que acaso tú pienses seguir doctrinas impías de la razón, y el camino del crimen. Por el contrario, muchas veces aquella religión a luz dio criminales acciones e impías. Cómo el altar de Diana mancharon con sangre de una doncella, de Ifianasa, los líderes, guías Dánaos, próceres entre guerreros, selectos prohombres. ¡Tanta maldad podía aconsejar el temor a los dioses! ( religio ). En una época de fuertes rivalidades en la vida de Roma, que serán preludio a la destrucción de la República, Lucrecio quiere ayudar al hombre en una situación que pone en peligro la felicidad individual y ciudadana. Desde la ciencia de la naturaleza, enlazando con el problema planteado por los pensadores que Aristóteles denominó “Físicos”, el poeta latino inicia la primera Ilustración romana con el propósito de desmitologizar el mundo, con una clara intención de desenraizar la religión, para él equivalente a superstición, a fanatismo, a una creencia en dioses, que ya Jenófanes de Colofón y Platón trata- ron de purificar en el mundo griego. Para Lucrecio el amor a la natu- raleza y a sus leyes representan el más alto valor filosófico de la con- sideración del mundo en beneficio del hombre. En ningún lugar de su obra se niega la existencia de un dios, como tampoco había hecho Epicuro, el gran guía suyo, quien sólo no admitía la intervención de l f c c S ( L a t a c S a c a t e 3 li l “

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