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30 PABLO GARCÍA CASTILLO Podrá decirse que con Zeus hay justicia y orden en el Olimpo. Tal vez pueda advertirse una cierta equidad y un equilibrio en el reparto de los dones divinos. Pero no puede dudarse de que el ori- gen de su justicia y de su aparente orden se halla en una inmensa violencia, en una sucesión caótica de seres que actúan movidos por tenebrosas intenciones, al amparo de la diosa de la discordia. Y lo que constituye, a juicio de Ricoeur, la peor consecuencia de esta genealogía divina originada del caos, “el desorden queda destruido por el desorden: el más joven de los dioses establece el orden por la violencia. Así queda delineado por dos veces el principio del mal: como el caos que precedió al orden y como la lucha en la que quedó vencido el caos. Esto es lo que constituye el carácter épico de la teo- gonía: la guerra y el asesinato son los que acaban por vencer definiti- vamente el enemigo original” 11 . El modelo explicativo del drama de la creación presenta el mal como una realidad originaria, que se extiende al corazón de los dio- ses y llena sus vidas de generación en generación. El mal es anterior incluso a los dioses, pero ellos lo llevan en su interior y lo hacen aflorar cuando las circunstancias lo exigen. Y, sin embargo, con ser esto monstruoso, constatamos en todos los relatos míticos que el mal no se detiene en el mundo divino, sino que el hombre mismo se halla herido por el mal desde su nacimiento. Ciertamente es evidente, tanto en los mitos orientales como en la Teogonía , que el hombre no es el causante del mal, sino tal vez su continuador. El análisis profundo que Ricoeur hace de las versiones sumerias, babilonias y acadias, tanto del mito de la creación como del diluvio 12 , corrobora la idea de la inocencia humana y la ausencia de cualquier mito de caída. Sencillamente porque donde el mal es originario no hay necesidad de caída alguna. Dicho en sus propias palabras, “en un cosmos en el que el mal es original y está implicado originariamente en el mismo devenir de los dioses, se encuentra ya resuelto el pro- blema que podría intentar resolver el mito de la caída; por eso no hay sitio para un mito de caída junto a un mito de creación de esas carac- terísticas; aquí el problema del mal está resuelto desde el principio, e incluso, como se ha visto, antes del principio, es decir, antes de la 11 P. RICOEUR, O.c., 332-333. 12 Ib. 334-343. c r r e e e c g c y l c t s t t p
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