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60 PABLO GARCÍA CASTILLO Platón se ocupó en primer lugar de desterrar de la mente de sus contemporáneos aquellas falsas representaciones tradicionales pro- porcionándoles un concepto más puro de Dios: éste no es causa del mal y, por tanto, tampoco de la mayor parte de las cosas que ocurren al hombre, que son malas. He aquí uno de los pasajes en que queda clara su posición: “– ... Se debe en mi opinión reproducir siempre al dios tal cual es, ya se le haga aparecer en una epopeya o en un poema lírico o en una tragedia. – Tal debe hacerse, efectivamente. – Pues bien, ¿no es la divinidad esencialmente buena y no se debe proclamar esto de ella? – ¿Cómo no?... – Por consiguiente –continué–, la divinidad, pues es buena, no puede ser causa de todo, como dicen los más, sino solamente de una pequeña parte de lo que sucede a los hombres; mas no de la mayor parte de las cosas . Pues en nuestra vida hay muchas menos cosas bue- nas que malas. Las buenas no hay necesidad de atribuírselas a ningún otro autor; en cambio, la causa de las malas hay que buscarla en otro origen cualquiera, pero no en la divinidad. – No hay cosa más cierta, a mi parecer, que lo que dices -con- testó. – Por tanto –seguí–, no hay que hacer caso a Homero ni a ningún otro poeta cuando cometen tan necios errores con respecto a los dio- ses” 84 . Dios no es como lo imaginan los poetas, ni como lo dibujan algunos cuentos que madres y nodrizas transmiten a los niños para que sientan temor. Dios es, según la idea que Platón pretende incul- car en los ciudadanos de su nueva república, un ser bueno y veraz, en hechos y palabras, incapaz de engañarse y de engañarnos, como leemos en otro de los bellos textos de su programa educativo: “no hay razón alguna para que un dios mienta. – No la hay. – Por consiguiente, ni los daimones ni los dioses son capaces de mentir. 84 PLATÓN, República, 379a-d. c t e e c l t s i “ a

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