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56 PABLO GARCÍA CASTILLO Estos textos del Timeo muestran sin duda una concepción posi- tiva del cuerpo del universo, imagen del modelo eterno y perfecto, convertido en un ser viviente feliz, que incluye dentro de su ser a todos los cuerpos celestes, aéreos, acuáticos y terrestres, que son también conjuntos armónicos de miembros que constituyen una unidad orgánica. En consecuencia, Platón abandona por completo el concepto negativo del cuerpo, como causante de los males del alma y del hombre. Más aún, Platón afirma ahora que los dioses hicieron los cuerpos con tal maestría que evitaron que fueran culpables de los males del hombre, pues el demiurgo, tras modelar el cuerpo del universo, “encargó a los dioses jóvenes plasmar los cuerpos mortales y comenzar a hacer cuanto aún restaba por generar del alma humana y todo lo relacionado con ello, y gobernar en la medida de lo posible de la manera más bella y mejor al animal mortal, para que no se con- virtiera en culpable de sus males” 75 . Algo semejante observamos respecto a la consideración del cuerpo humano, que, en esta obra de la vejez de Platón, deja de ser cárcel, tumba o lugar de destierro, incluso impedimento alguno para la reflexión libre del alma. El cuerpo, como el tiempo, es imagen del modelo eterno. Los dioses lo transformaron en instrumento y vehículo del hombre para que pudiera realizar su excelencia sobre la tierra. Con ese fin le dieron primero los ojos, portadores de luz y del fuego interior que, en la vigilia, permite ver la figura de los astros celestes y de los seres inferiores y, durante la noche, engendra los sueños de los hombres. La vista es, pues, el mayor don que los dioses otorgaron al hombre, pues sin ella no podría percibir la perfección de los astros y el orden de sus movimientos, que producen los días y las noches, los años, los equinoccios y la noción del tiempo y de la natu- raleza misma del universo, de cuya contemplación nació la filosofía. Y algo semejante ha de decirse de la voz, del lenguaje y del oído, todos ellos relacionados con la armonía de los sonidos y la música, otorgada a los hombres por las Musas, para que se sirvieran de ella con inteligencia 76 . Qué lejos suenan ya aquellas palabras despectivas del Fedón , en las que Platón afirmaba rotundamente que “con los 75 Ib ., 42d-e. 76 Ib ., 47a-d. s e l l a c a s e e s t S c f l e a c y S c v
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