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50 PABLO GARCÍA CASTILLO alcanza a vislumbrar levemente cuando el cuerpo no se lo impide, es decir, a través de los sueños, del éxtasis, del amor y de la muerte. Así adquiere el cuerpo el sentido de tumba, porque priva al alma de su verdadera vida que no es más que la contemplación de la realidad plena, que los sentidos no pueden alcanzar. Hay, pues, una vida que late escondida bajo otra aparente, como recoge el conocido frag- mento de Heráclito que dice: “Inmortales, mortales; mortales, inmor- tales; nuestra vida es su muerte y nuestra muerte es su vida” 55 . Es decir, que la vida del cuerpo supone el ocultamiento y la muerte del alma, mientras que la muerte del cuerpo permite al alma recobrar su vida libre y plena. Que, en otras palabras, es la misma idea que reco- gen los versos de Eurípides, citados por el mismo Platón, que son interpretados según las ideas órficas del cuerpo en estos términos: “No me extrañaría que Eurípides dijera la verdad en estos versos: ¿Quién sabe si vivir no es morir y morir es vivir? Y que quizá en realidad nosotros estemos muertos. Pues he oído decir a un sabio que nosotros ahora estamos muertos, que nuestro cuerpo es un sepulcro” 56 . Los órficos, por tanto, al concebir el cuerpo como tumba del alma, asociaron esta idea a la de la migración sucesiva en distintos cuerpos, con lo que la tumba no es sólo una imagen del Hades, sino una expresión de la función penal que el cuerpo cumple respecto a la culpa que el alma ha contraído, heredando el mal prehumano que el mito atribuye, en este caso, a los titanes. Así pasamos del primer significado del cuerpo como “tumba” al de “cárcel”, que recoge ese sentido de castigo y expiación de la culpa. Pero, como ha señalado Ricoeur, es una sanción que no per- mite la purificación del alma, sino que más bien la degrada, porque el cuerpo, como la cárcel, es un lugar de tentación y de reincidencia. “Desde este punto de vista es, dice Ricoeur, a la vez que efecto de un mal, un nuevo mal: el alma encarcelada se convierte en un delin- 55 HERÁCLITO, DK 22 B 62. 56 PLATÓN, Gorgias, 492e-493a. c e t t r e c c c c e c s e f s p P b v s d v

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