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48 PABLO GARCÍA CASTILLO Incluso puede decirse, según Ricoeur, que “este mito es el que induce al hombre a identificarse con su alma y a considerar su cuerpo como algo distinto o extraño a sí” 49 . La filosofía toma este mito, lo desarrolla y lo racionaliza, convirtiéndolo en el origen no filosófico del propio pensamiento griego. El mito del alma desterrada es un mito etiológico, que explica el origen del mal y sus consecuencias para la vida humana. Cierta- mente en el relato primitivo, el mal tiene un origen prehumano, son los titanes quienes cometen el crimen del niño dios, ellos derraman su sangre, lo despedazan y comen su carne, cruda, no cocida, como señal inequívoca de su estado de naturaleza, anterior a todo signo de cultura. Hubo, por tanto, un crimen, una culpa primitiva que heredó el alma, por estar hecha de las mismas cenizas de los culpables. Y la culpa ha de ser expiada, a lo largo de la rueda de las reencarnacio- nes, convirtiéndose con ello el cuerpo en el lugar de la expiación, en el símbolo del castigo y de la condena del alma. Con el orfismo nace un nuevo concepto de la vida, del cuerpo y de su relación con el alma. En Homero, los miembros del cuerpo humano representan al hombre, mientras el alma es sólo un fan- tasma, una sombra, un suspiro que se escapa con el último aliento de la vida y vaga por el Hades, en estado de inconsciencia. Pero, en la doctrina órfica, se produce un giro radical en la antropología griega 50 . Más aún, el mismo Platón afirma que fueron los órficos quienes acu- ñaron el término de “cuerpo” ( sôma ). En el famoso pasaje del Crátilo , Platón pone en boca de Sócrates estas palabras: “SÓC.- Este nombre ( sôma ), desde luego, me parece compli- cado y mucho, aunque se le varíe poco. En efecto, algunos dicen que es la “tumba” ( sêma ) del alma, como si ésta estuviera enterrada en la vida presente. Y, puesto que, además, el alma significa lo que signi- fica a través del cuerpo, también se le llama a éste justamente “signo” ( sêma ). Sin embargo, me parece que fueron Orfeo y sus seguidores quienes acuñaron este nombre, para indicar que el alma paga la pena de las culpas que debe expiar y, por ello, tiene al cuerpo como 49 Ib., 427. 50 Véase el interesante resumen de la doctrina órfica en J.P. VERNANT, Mito y religión en la Grecia antigua (Barcelona 1991) 73-77. Mucho más amplio es el capítulo dedicado a los órficos en E. ROHDE, Psique (Barcelona 1973) II, 369-389. r e ( t e a a a t r g i a – c r s g d tr e fí

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