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42 PABLO GARCÍA CASTILLO hombres para conseguir sus propios fines, que jamás consienten que el hombre sea feliz más que un instante. El saber, la gloria y la felici- dad de los mortales suscitan su envidia y actúan castigando a quien por un momento brilla y goza como ellos. El coro de Agamenón lo canta con acierto: “Una gloria demasiado grande es peligrosa, pues del ojo de Zeus un rayo surge para golpear a los humanos. Que mi felicidad no excite la envidia de los dioses” 34 . El drama trágico sitúa el origen del mal humano en la envidia de los dioses, en sus celos por la felicidad humana. Al hombre sólo le queda, como a Edipo, la grandeza de aceptar con indefectible coraje el infortunio, la sublime dignidad de mantenerse firme en la desgracia, sin protestar ni rebelarse, sino con la benevolente acepta- ción del destino que le sobrepasa. Y entonces, concluye Festugière, “parece que los dioses, cuando han aplastado totalmente al hombre y le ven guardar su dignidad en el infotunio, sienten una especie de admiración. Entonces este ciego, este mendigo, se les hace querido y acaban por glorificarlo. Edipo es glorificado al final de esta tragedia: se convierte en un héroe que protegerá la Ática” 35 . En las tragedias de Eurípides se da la misma soledad, la misma impotencia y resignación del hombre ante el infortunio irresistible. Pero, a juicio de Festugière, hay en sus dramas trágicos dos rasgos nuevos, casi modernos, que le han hecho más atractivo para los lectores actuales. Uno es la ternura de los niños que, en medio de la tragedia, cantan con inocencia la alegría de vivir y de servir a los dioses. El otro es la presencia de una naturaleza risueña que sirve de marco que atempera el dolor. Un ejemplo de aquella ternura lo des- cubrimos en el inicio de Ion , en el que sale a escena este muchacho dispuesto a limpiar la entrada del templo con ramos de laurel y dice estas palabras: “Es bueno vigilar vuestra boca silenciosa y manifestar con vuestra lengua palabras piadosas para quienes desean consultar el oráculo. Que yo haré el trabajo en que desde niño todos los días me ejercito: con ramos de laurel y con sagradas guirnaldas limpiaré la entrada de Febo y rociaré los suelos con agua. Con mis disparos pon- dré en fuga a las bandadas de pájaros que echan a perder las sagra- 34 ESQUILO, Agamenón, 468-471. 35 A. J. FESTUGIÈRE, O.c., 25. a s s s s s t c e v e L s e

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