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posteriores. Además, otra característica importante de este diálogo es la actitud de respeto, e incluso de admiración, que Sócrates mues- tra hacia Protágoras. Después del mito pronunciado por el sofista, la conversación toma un nuevo rumbo, ya que Sócrates estima de gran valor las palabras del sofista: “ En mucho estimo haber oído lo que he pregun- tado a Protágoras. Porque yo, anteriormente, creía que no había ninguna ocupación humana por la que los buenos se hicieran bue- nos. Pero ahora estoy convencido ” 7 . Las palabras de Protágoras hacen que Sócrates se replantee sus presupuestos, por lo que el diá- logo prosigue con una serie de preguntas encaminadas a demostrar con más precisión la manera en que la virtud puede ser enseñada. Lo que ocurre es que Sócrates todavía tiene algunas dudas: ¿cómo es que habla, por un lado, de las virtudes, tales como la justicia y la prudencia, y, al mismo tiempo, se menciona la virtud como si cons- tituyera un todo unitario? La respuesta le parece evidente a Protágo- ras: la virtud es una, mientras las virtudes son sólo partes de ella. Es entonces cuando Sócrates lanza la pregunta que servirá de guía para el resto del diálogo: “¿Acaso como son partes las partes del rostro: la boca, la nariz, los ojos y las orejas; o son como las porciones del oro, que en nada se diferencian entre sí y del conjunto, sino sólo por su grandeza y pequeñez? ” 8 La idea parece clara: Sócrates pregunta si hay un elemento común que sirva para definir la virtud de manera que, quien participe de esa virtud, participe necesariamente de todas sus partes. El oro, sea un trozo grande o pequeño, tiene siempre las mismas propiedades, es un elemento homogéneo. Si, por el contra- rio, la virtud tuviera partes tan dispares como las tiene un rostro, un hombre podría poseer ciertas virtudes y carecer, no obstante, de muchas otras. Protágoras defiende esta última opinión, pues tiene claro que se puede ser sabio y cobarde, que hay hombres justos que no son sabios… El resto del diálogo no es más que el intento de Sócrates de hacer ver a Protágoras que ha elegido la opción equivo- cada. Lo interesante para nosotros se encuentra en la parte final de la obra, dado que en las páginas anteriores los intentos de demos- tración de Sócrates son refutados una y otra vez, de manera que el 604 IGNACIO GARCÍA PEÑA 7 PLATÓN, Protágoras , 328d-e. 8 Ib ., 329d.
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