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hemos visto que era la causa, quien introduce el límite en lo ilimi- tado. Viendo esto así, encontraremos una contradicción con el men- cionado epicureísmo. Para esta escuela, el placer es, de suyo, limi- tado, ya que el cuerpo llega a un estado de saciedad que se hace patente. Tal como señala Platón, el cuerpo experimenta un vacío, del cual surge el dolor, siendo así que el placer consiste en la reple- ción. Cuando el cuerpo se sacia, ya no “pide” más; es el entendi- miento, diría un epicúreo, quien introduce el elemento ilimitado, quien busca sobrepasar la frontera natural que el cuerpo establece. El apetito corporal es limitado, pero el falso saber y la imaginación crean falsas necesidades, llevándonos a beber mucho más allá de nuestra sed, a desear mucho más allá de nuestras necesidades. No obstante, a pesar de la aparente contradicción, el Filebo se encarga de resolverla. El cuerpo experimenta cuándo se vacía y se llena. Pero ya se dijo que, al sentir dolor, deseamos lo contrario de lo que experimentamos y que tal deseo no puede surgir sino en el alma. El cuerpo goza y sufre, pero sólo el alma desea. Desde el Protágoras , es el entendimiento el encargado de juzgar qué placeres son buenos y cuáles no, es quien ha de realizar el cálculo que nos lleve a maxi- mizar los placeres. No es el cuerpo quien lleva a Calicles a identifi- car bien y placer, sino su interpretación del adagio helenístico de “vivir según la naturaleza”. Su propósito de aumentar el número de deseos y de hacerlos tan grandes e intensos como sea posible es consecuencia de sus opiniones y no de sus deseos. Es Calicles y no Sócrates el enemigo de Epicuro. En Platón, el entendimiento es siempre el juez, quien busca servirse de una tevcnh para establecer qué placeres resultan convenientes. En la República , es el auriga quien guía el carro del alma, es el encargado de controlar las pasio- nes de los caballos, de esas otras partes de la yuchv que pretenden imponer sus deseos. Parece claro que, como no podía ser de otra manera, es el alma quien tiene la última palabra, es ella quien, a tra- vés de las falsas opiniones, lleva a una vida de desenfreno que sobrepasa los límites de las necesidades corporales. Pero es también ella, si posee el conocimiento adecuado, quien asegura el bienestar permitiendo el placer que a cada parte del alma le es propio, así como la satisfacción de las necesidades corporales que, aunque mezcladas con dolor, son placenteras e imprescindibles para que LA EVOLUCIÓN DE LA TEORÍA PLATÓNICA DEL PLACER 643

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