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to que otorgue seguridad a nuestras acciones, de manera semejante a lo que se ha dicho en los diálogos anteriormente analizados 69 . Y, como ya ha manifestado en muchas ocasiones, la medida y la pro- porción dan lugar a la belleza allá donde se encuentren. Y a esto ha de unirse la verdad o realidad (según quiera traducirse aquí ajlhvqeia ) de los elementos mezclados. Es así que lo más valioso de la vida mixta resultan ser estos tres componentes: proporción, belleza y rea- lidad. Si buscamos estos elementos en los placeres, encontraremos que muchos de ellos carecen de medida, que otros, los más inten- sos, son feos, puesto que nos avergonzamos de ellos y tratamos de ocultarlos (como los placeres del sexo), así como su realidad es efí- mera en la medida en que el placer es un proceso, algo que devie- ne y carece de estabilidad. Es el entendimiento, por el contrario, quien introduce la proporción, a través de la cual se obtiene la belle- za. Además, sabemos que los objetos del intelecto son, en su grado más elevado, eternos e inmutables y, por lo tanto, más reales que ninguna otra cosa. En la mezcla, pues, podemos admitir toda ciencia y casi cual- quier tipo de conocimiento, siempre y cuando esté asociado a obje- tos verdaderos o reales e introduzca la proporción. Si, recurriendo a la imaginación, preguntásemos al placer qué tipo de conocimiento admite, apenas pondría restricciones, puesto que el entendimiento le resulta beneficioso. Si preguntásemos al entendimiento, nos diría que hay placeres inadmisibles que perturban su funcionamiento. Admitiría, claro está, aquellos placeres puros a los que antes nos referimos. No obstante, Sócrates se ve obligado a aceptar también los “placeres necesarios”, relacionados con la nutrición y la repro- ducción, puesto que hablamos aquí de hombres y no de dioses, de una realidad corpórea que necesariamente experimenta sensaciones de placer y dolor, aunque se trata, en realidad, de minimizarlas. LA EVOLUCIÓN DE LA TEORÍA PLATÓNICA DEL PLACER 639 69 Obsérvese la profunda semejanza entre lo que aquí se dice y aquella cien- cia de la medida, aquella tevcnh metrhtikhv a la que Platón se había referido ya muchos años antes. A pesar de que aquí la discusión es más compleja, los princi- pios sobre los que se asienta apenas han variado. En el Protágoras la inteligencia se valía de la medida para establecer los placeres beneficiosos y perjudiciales, mientras en el Filebo , la medida se refiere a la cantidad de placer e inteligencia que han de incluirse en la vida buena; cuestión que, de nuevo, el intelecto se encarga de deci- dir.

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