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Se podría pensar, en tal caso, que los placeres verdaderos tie- nen lugar cuando las sensaciones de cuerpo y alma se mezclan. Pero esto sería similar a lo anterior. También en el alma, con independen- cia del cuerpo, podemos encontrar la mezcla de dolor y placer, por ejemplo, en el caso de las emociones que producen tanto la come- dia como la tragedia, pues siempre hay algo de placentero en “dolo- res” como la envidia, la cólera o la tristeza. En cualquier caso, lo que aquí nos interesa es la búsqueda de los placeres puros, de aquéllos no mezclados con el dolor. Ya tuvimos un adelanto en la República , donde se habló de placeres como los de la vista o el olfato, que no proceden de una carencia previa. No obstante, en el Filebo , los pla- ceres puros tienen además otra determinación. Sócrates afirma que encuentra este tipo de placer cuando contempla las formas bellas, pero “ con la belleza de las figuras no intento aludir a lo que enten- dería la masa, como la belleza de los seres vivos o de las pinturas, sino que, dice el argumento, aludo a líneas rectas o circulares y a las superficies o sólidos procedentes de ellas (…) Pues afirmo que esas cosas no son bellas relativamente, como otras, sino que son siempre bellas por sí mismas y producen placeres propios” 62 . Los placeres puros son aquellos que surgen a raíz de la contemplación de obje- tos cuya belleza es intrínseca y no relativa y, además, eterna. Pare- ce evidente a qué se está refiriendo Platón: el pasaje recuerda al dis- curso de Sócrates en el Banquete , cuando se refiere al ascenso facilitado por Éros, que comienza con la contemplación de cuerpos bellos y va ascendiendo, a través de la belleza de las ciencias, hasta la Belleza en sí, que no es bella por relación a ninguna otra cosa, sino que las demás lo son precisamente porque participan de esta Forma eterna e inmutable 63 . Lo placentero es, pues, lo que no se mezcla con el dolor, aquello que posee belleza en sí mismo. Entran aquí los placeres del conocimiento, dando por supuesto el hecho de que no se originan a partir de un dolor previo, cosa que no queda del todo clara 64 . Y, para zanjar este asunto, Sócrates desea hacer otra 636 IGNACIO GARCÍA PEÑA 62 Ib ., 51c-d. 63 Véase, Banquete , 209e-212a. 64 Tanto el término filósofo, como la ignorancia y el método de constante skevYi" de los que siempre hace gala Sócrates, parecen implicar un cierto deseo, pro- vocado, precisamente, por la conciencia de aquello que se ignora, de algún tipo de vacío. Creer que se sabe lo que se desconoce es para él el mayor y más desgracia-

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