NG200603003

Si ya ha utilizado el recurso de la memoria, acudirá ahora al de la expectativa. Lo que no cabe discutir es que tenemos recuerdos de sensaciones, tanto placenteras como dolorosas. Y ya hemos visto que alma y cuerpo pueden ir en direcciones opuestas, se siente el vacío y se desea la repleción. “« Pon, pues, de acuerdo con la presun- ción de esos accidentes por parte del alma, por un lado, la esperan- za de placeres como agradable y causa de confianza, y por otro la anticipación de pesares como algo temible y doloroso», «De hecho ésta es la otra especie del dolor y del placer y, al margen del cuerpo, tiene lugar por la expectación de la propia alma» ” 58 . No se puede negar el placer que se experimenta con la anticipación de algún goce futu- ro. Podemos decir, en primer lugar, que en este caso pueden mez- clarse las afecciones de alma y cuerpo, en la medida en que tienen lugar al mismo tiempo. Es el caso del enfermo que sufre sus dolo- res y obtiene placer cuando piensa en su pronta recuperación. Puede también ocurrir lo contrario, que el placer sea corporal y se sufra por la anticipación de un dolor. En estos ejemplos se confirma la frecuente unión de placer y dolor a la que tantas veces se ha refe- rido Sócrates. Aunque también puede darse el caso de que alma y cuerpo experimenten dolor y placer al mismo tiempo. Según pare- ce, Platón distingue dos tipos de placer y dolor, según pertenezcan al alma o al cuerpo, pero hace radicar el deseo exclusivamente en aquélla. Se ha dicho que hay placeres fundados en una expectativa. Y sabemos que puede darse el caso de que aquello que esperábamos que ocurriera, no tenga lugar. Sócrates propone que se los denomi- ne placeres falsos puesto que, al igual que la opinión falsa, se basan en un objeto que no es real. Protarco no se deja convencer tan fácil- mente y replica que todo placer es real en cuanto tal, aunque se base en una esperanza carente de fundamento. Lo que experimen- ta el sujeto es innegable, pues el objeto que provoca el placer es un objeto mental, que puede no guardar relación con nada de lo real. Sócrates termina aceptando esta precisión: no hay placeres falsos en sí mismos sino placeres basados en creencias falsas. Si recordamos, en la República se dijo que el placer más real es aquel que llena el vacío con los objetos más reales. Por eso Sócrates no puede admitir 634 IGNACIO GARCÍA PEÑA 58 Ib ., 32b-c.

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