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tran dificultades para interpretar ambos diálogos, puesto que ven en ellos contradicciones difícilmente conciliables. En realidad, como veremos, hay más bien una actitud distinta frente al interlocutor que un verdadero cambio de planteamiento. Para entender lo que Platón afirma con respecto al tema del placer y su relación con la vida buena, es necesario entender el con- texto general y los presupuestos que subyacen al diálogo. Protágo- ras, sofista de gran renombre en toda Grecia, acaba de llegar a Ate- nas. Algunos jóvenes muestran mucho interés en ser sus discípulos, lo cual suscita la curiosidad de Sócrates: si pagamos a un zapatero nos enseñará a hacer zapatos, si acudimos a un arquitecto nos ense- ñará a construir edificios; pero ¿qué beneficio nos reportará el alto precio que exige el sofista por sus enseñanzas? Sócrates y su amigo Hipócrates acuden a casa del millonario Calias, donde se aloja Pro- tágoras, para intentar resolver sus dudas. Allí, el viejo sofista les con- fiesa que su cometido es enriquecer el alma de sus discípulos, haciendo que cada día sean mejores. Esta respuesta es, no obstan- te, insuficiente, pues las dudas de Sócrates van mucho más allá. ¿Mejores en qué? ¿En pintura, en la construcción de navíos? Aún no ha quedado claro qué beneficios recibe el discípulo a cambio de tan elevado salario. Es entonces cuando Protágoras indica cuál es el pro- vecho que reportan sus lecciones: “Mi enseñanza es la buena admi- nistración de los bienes familiares, de modo que pueda él dirigir ópti- mamente su casa, y acerca de los asuntos políticos, para que pueda ser él el más capaz de la ciudad, tanto en el obrar como en el decir” 3 . Estas palabras asombran enormemente a Sócrates, pues no creía que ese tipo de virtud pudiera enseñarse. Añade además unas palabras para mostrar que, por una vez, su convicción coincide con la opi- nión de la mayoría. En primer lugar, cuando en la asamblea se dis- cute algo referente a la arquitectura, la medicina o la guerra, las decisiones son tomadas por los expertos, por arquitectos, médicos o generales. Sin embargo, cuando se trata de cuestiones estrictamente políticas, no importa el trabajo que uno realice ni la educación que posea; cualquier ciudadano opina con legitimidad sobre estos asun- tos. Lo que Sócrates pretende mostrar aquí es que no hay “expertos” en política, aunque Protágoras pretenda ser uno de ellos. No hay, LA EVOLUCIÓN DE LA TEORÍA PLATÓNICA DEL PLACER 601 3 PLATÓN, Protágoras , 318e-319a.
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