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experimenta por ello un placer sino que se sitúa en aquel estado intermedio, caracterizado precisamente por la ausencia tanto de dolor como de su contrario. Se equivocan, pues, quienes creen que ese estado es placentero, ya que “ cuando son arrastrados al dolor, se sienten realmente doloridos, poniéndose con ello en lo cierto, pero cuando son pasados del dolor a lo intermedio, creen a pies juntillas que han llegado a la satisfacción y al placer y, a semejanza de los que, por no conocer lo blanco, ven en lo gris lo opuesto a lo negro, ellos, por ignorancia del placer, se engañan viendo en la falta de dolor lo opuesto al dolor” 41 . De nuevo nos encontramos con unas palabras que bien podría haber escrito el mismo Schopenhauer, para quien el placer y la felicidad son de naturaleza ilusoria y negativa; lo positivo es el dolor, inseparable compañero del deseo, que cons- tituye nuestra esencia, puesto que la carencia es dolorosa y eso que llamamos felicidad no pasa de ser una sensación pasajera derivada de la supresión del dolor previo, que inmediatamente lleva al tedio, pues la posesión anula el deseo, que sólo surge si existe una caren- cia. Lo que ocurre, en opinión de Platón, es que hay placeres autén- ticos y otros que sólo parecen serlo. En esta segunda categoría esta- rían los que se siguen directamente de la supresión de un dolor, como los placeres de la comida y la bebida que surgen de una nece- sidad corporal, de un deseo y, por tanto, de un dolor. El placer de la comida sólo supone la supresión de un dolor, conduciendo así a aquel estado intermedio. Éste se considera como una especie de reposo contrapuesto al placer y el dolor, que Platón sin duda entien- de como movimientos ( kinhvsei" ). Es evidente que no puede identi- ficarse esta postura con doctrinas helenísticas posteriores, como el conocido epicureísmo que hacía consistir la felicidad en esa imper- turbabilidad, ese estado negativo carente de deseos. En cualquier caso, lo que quiere insinuarse aquí es que los auténticos placeres (que no son sino aquéllos de los que goza el filósofo) no proceden de una carencia, de la misma manera que el disfrute de un olor o los placeres que se obtienen a través de la vista y el oído. Lo que resulta un tanto extraño es que, a continuación, se nos diga que el placer del filósofo es el más duradero y más autén- tico recurriendo a la imagen del recipiente que se llena y se vacía. LA EVOLUCIÓN DE LA TEORÍA PLATÓNICA DEL PLACER 625 41 PLATÓN, República , 586e-587a.

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