NG200603003
platónica en los que Sócrates nos habla del desprecio y rechazo social que sufren los filósofos. En cualquier caso, la conclusión que obtiene aquí es que sólo el filósofo posee capacidad para decidir cuál de las tres clases de vida es la más placentera. “ Siendo, pues, tres los placeres, el de aquella parte del alma con que alcanzamos el saber será el más deleitoso, y la vida más grata, la del hombre en que esa parte rija lo demás” 39 . Se dispone entonces Sócrates a aportar nuevos argumentos basándose en una distinción que apenas había sido comentada. En algunos pasajes se hizo referencia al placer como ausencia de dolor y viceversa, pues se entendía que ambos eran estados complemen- tarios, no pudiendo presentarse a la vez en un mismo individuo. Pero, al mismo tiempo que se excluían el uno al otro, en cierto modo también se implicaban necesariamente; siguiendo el símil de los toneles, el placer de llenarlos se sigue del anterior dolor produ- cido por el vacío. Así, todo placer se seguiría de un dolor previo, consistiría precisamente en su supresión. Comer es un placer por- que experimentamos con anterioridad el dolor producido por el hambre. Ya expresó Sócrates una idea semejante en el Fedón , pues ambos términos, siendo absolutamente opuestos, están en todo momento inexorablemente unidos: “ ¡Qué extraño, amigos, suele ser eso que los hombres denominan «placentero»! ( hJduv ) Cuán sorpren- dentemente está dispuesto frente a lo que parece ser su contrario, lo doloroso ( luphrovn ) , por el no querer presentarse al ser humano los dos a la vez; pero si uno persigue a uno de los dos y lo alcanza, siem- pre está obligado, en cierto modo, a tomar también el otro, como si ambos estuvieran ligados en una sola cabeza ” 40 . Pero ahora Sócrates va a contemplar la posibilidad de un esta- do intermedio entre ambos, que no sea placentero ni doloroso, sino una especie de sosiego. No obstante, si esto se considera así, no puede hablarse tan a la ligera de esa correlación entre placer y dolor, puesto que la supresión de uno u otro no llevaría al estado contrario sino al intermedio. Un hombre enfermo encomia como sumo placer, no ya el gozar sino el liberarse de su dolencia, apaci- guarla y no sentir dolor. Según esto, el enfermo que cura su mal no 624 IGNACIO GARCÍA PEÑA 39 Ib ., 583a. 40 PLATÓN, Fedón , 60b.
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