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versia que no nos llevará muy lejos, puesto que todos estos asuntos están completamente entrelazados en la obra. Es así que la sofística y la retórica no podían considerarse al margen de cuestiones éticas y políticas en la Atenas de aquel tiempo, razón por la que tampoco lo haremos aquí. El diálogo se inicia con las dudas socráticas que parecen no haber quedado resueltas: ¿qué enseña un sofista? ¿En qué es especialista? El propio Gorgias se reconoce entonces como maestro de oratoria, su enseñanza se refiere al arte de hacer bellos discursos, lo cual procurará los mayores bienes a quien lo posea y se sirva de él. La retórica, tal como Gorgias la entiende, está enca- minada a la persuasión de los consejeros, los ciudadanos y los jue- ces en los asuntos políticos. Pero a Sócrates, como es costumbre, no le queda todavía clara la cuestión, pues los médicos convencen en la materia que les concierne y en la que son expertos, como los zapateros o los arquitectos. ¿Qué tipo de persuasión es, entonces, la que persigue la retórica? Pues, a diferencia de los casos anteriores, el orador no necesita tener verdadero conocimiento de los asuntos sobre los que intenta persuadir. Las palabras de Sócrates aclaran la cuestión: “ Respecto a lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, el conocedor de la retórica se encuentra en la misma situa- ción que respecto a la salud y a los objetos de las otras artes, y, des- conociendo en ellas qué es bueno o malo, qué es bello o feo y qué es justo o injusto, se ha procurado sobre estas cuestiones un medio de persuasión que le permite aparecer ante los ignorantes como más sabio que el que realmente sabe, aunque él no sepa” 23 . Lo que más irrita a Sócrates es el hecho de que este tipo de oradores basan su discurso en meras apariencias, emplean las palabras de tal modo que hacen creer a los ignorantes que son sabios en materias de las que no tienen conocimiento ( ejpisthvmh ) sino sólo creencia u opi- nión ( dovxa ). El símil que mejor expresa su manera de actuar es el que compara al cocinero con el médico. Aquél nos ofrecería sabro- sos alimentos que resultarían muy agradables al paladar, dando así la sensación de que él mejor que nadie conoce los alimentos que debemos tomar. No obstante, resulta evidente que tal cocinero des- conoce lo que es bueno para nuestro cuerpo, conocimiento que sí posee el médico. Tanto respecto al cuerpo como respecto al alma LA EVOLUCIÓN DE LA TEORÍA PLATÓNICA DEL PLACER 613 23 PLATÓN, Gorgias , 459d.
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