NG200603002
dolor, sufrimiento que surge connaturalmente de un acto o evento; pena , como castigo positivo impuesto al culpable por una autoridad humana o divina. Es obvio que quien comete un pecado necesaria- mente se priva de un bien que tenía, cual es la amistad de Dios. En este sentido tiene aplicación el adagio: la pena sigue inexorablemen- te al pecado. Si “pena” la tomamos como dolor, sufrimiento sobreveniente y concomitante inseparable al acto mismo desordenado, habría que matizar. Entramos en el conocido hecho del remordimiento de con- ciencia por la falta cometida. A este hecho se refiere el citado texto agustiniano: “ Mandaste, Señor, y así se cumple, que todo espíritu des- ordenado tenga en sí su propio castigo”. Ya el moralista Séneca, sin mentar a Dios, había hecho esta misma observación. Los remordi- mientos de conciencia S. Agustín parece interpretarlos como un cas- tigo que el culpable se impone a sí mismo. O bien como un castigo de Dios inherente, como incrustado en el acto mismo del espíritu desordenado y pecador. Sin embargo, el pecador no siempre siente remordimiento de conciencia. Los más pecadores llegan a no sentir- los. Por otra parte, llamar “castigo”, en el caso “autocastigo” (o te castigas tú, o te castiga Dios) a estos remordimientos pide una expli- cación. La frase es comprensible y aceptable en la intención y en contexto teológico cultural en el que habla Agustín. Pero un psico- analista de nuestros días podría encontrar ambigua la frase. Prime- ro, porque no siempre a la culpa sigue el dolor del remordimiento. Y cuando aparece, decir que “ el que se arrepiente se castiga a sí mismo” (Agustín), tal “autocastigo” podría un psicoanalista tacharlo de actitud morbosa, de impulso masoquista. Lo correcto es decir que el culpable puede (debe) sentir pena / dolor sufrimiento por haber pecado. Pero tal pena no debe llamarse castigo de Dios. Tanto más cuanto que un moralista católico puede decir que este dolor / remordimiento puede ser una llamada de Dios a la conversión. Finalmente, afirmar que todo sufrimiento, toda pena es castigo de Dios por el pecado, sólo podrá hacerlo quien mantenga la creencia en el mito del pecado original y, al mismo tiempo, en el mito de la pena, al modo explicado. Porque no es verdad que “si sufres, es por- que eres culpable; si eres culpable, has de sufrir castigo” . Ni se debe interpretar en este sentido el axioma teológico tradicional: todo pecador contrae, junto con el reato de culpa, el reato de pena. 592 ALEJANDRO DE VILLALMONTE, OFMCap
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