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siglos en la liturgia de difuntos, es un testimonio perenne de esta mentalidad. En el fresco de Miguel Ángel sobre el juicio final apare- ce un Jesucristo iracundo lanzando a los precitos al infierno. Gesto más propio del Júpiter tonante de los clásicos grecolatinos, que del Dios del Nuevo Testamento. Sin embargo, esta interpretación de la ira divina como reacción explosiva, ruda, aniquiladora de Dios frente al hombre pecador sólo puede apoyarse en una lectura literal, muy a flor de piel, de los tex- tos bíblicos. Los hebreos primitivos, lo mismo que todos los puebles de cultura y sensibilidad rudimentaria, exigen y practican una justi- cia expeditiva, drástica, ostentosa. Y piensan que la Divinidad ha de seguir procedimientos similares. Pero leyendo los textos en profun- didad, dentro del contexto, desde la analogía general y del progre- so en el concepto de Dios específicamente cristiano, es posible, necesario superar esta interpretación de la ira de Dios como fuerza impulsiva, violenta. En efecto, texto clásico y solemne para hablar de la ira de Dios es Rm 1,18-32, puesto que lo hace dentro del plan divino de salva- ción y del modo cómo se revela su justicia dentro de él (Rm 1,17). Pues bien, su justicia se revela, en un primer momento, en forma de ira hacia los malvados. Pero luego se ve claro que la ira de Dios se manifiesta no en que imponga castigos positivos a los malvados: se manifiesta en que Dios, a los operarios de la injusticia, los abando- na a sus propios deseos malvados. Ellos abandonaron los caminos de Dios siguiendo su propio camino y Dios les deja en él. Si se quie- re hablar de castigo éste consistiría no en una acción positiva, agre- siva de Dios que le viniese desde fuera al pecador, sino en un cas- tigo inmanente, intrínseco a la situación de perdición en la que los malvados se han colocado a sí mismos, por su propia decisión libre. Se recupera así el sentido radical de la ira de Dios: reacción divina ante su santidad ultrajada que se aleja de los malvados. Dios dice que no quiere tener contacto ninguno con ellos, que no contagien su santidad. Ésta, como que se retira y concentra dentro de sí misma y deja de proteger al pecador. El amor salvador de Dios, cuando no es recibido por el hombre, se aleja, abandona al hombre. Por eso, es acertado decir que la ira en Dios no es sino el vacío que deja el Amor cuando se retira: ausencia, silencio de Dios . Por lo demás, lo mismo ocurre en tantas manifestaciones fuertes de la ira humana. CRISTIANISMO, ¿RELIGIÓN DEL AMOR-RELIGIÓN DEL MIEDO? 581

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