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la encarnación y de la muerte de Cristo, parece que “El Pecado” tendría una fuerza tan enorme que, dialécticamente, habría provo- cado los máximos beneficios de Dios: la encarnación, la muerte de Cristo, la justificación del pecador 21 ). “El Pecado” habría puesto en movimiento a todos los agentes de la historia de la salvación Exigencia de la justicia divina . Queda el otro recurso: el recur- so al misterio insondable de la justicia divina que Agustín pone en línea con la insondable profundidad de los juicios divinos de que habla Pablo en Rm 11,33 . La misteriosidad de la justicia divina la ve Agustín en dos actuaciones: - Dios puede castigar y castiga en los hijos los pecados de los padres; la justicia humana no puede hacer- lo. - La justicia divina ha de velar por el orden del universo: el hom- bre no puede menos de pagar lo que en justicia debe al Creador. Sobre la justicia divina y sus procedimientos en el oscuro asun- to del PO. discutieron ampliamente Agustín y Julián de Eclana. La discusión en torno al pecado original afecta al concepto mismo del Dios cristiano. En efecto, dice Julián: “Discrepas (Agustín) de los católicos no en la cuestión ésta (el pecado original), sino en la cues- tión de Dios” . El Dios que Agustín hace intervenir en el feo asunto del pecado original, es un Dios tiránico, bárbaro, “púnico” en su modo de administrar justicia. Y, sobre todo, opuesto al Dios de Jesu- cristo que vino al mundo a perdonar los pecados, no a castigarlos. Por el contrario, arguye Agustín, quien menosprecia la justicia de Dios es Julián. Porque Dios castiga a los hombres con tantas mise- rias como vemos y experimentamos, especialmente a los niños. Tamaño castigo que no sería justo si no tuviesen pecado. Los niños 568 ALEJANDRO DE VILLALMONTE, OFMCap 21 Hemos aludido al tema de esta exaltación del pecado en nuestra obra Cris- tianismo sin pecado original , especialmente. 315-325: “la lírica, la mística, la meta- física del pecado original”. También 296-315. Tengamos en cuenta que el “orgullo de ser pecador’ es una de las formas de orgullo humano: “Éste es nuestro único deseo profundo en la vida que todos nos consideramos grandes pecadores. Que nuestros vicios sean como los chaparrones, las tormentas, los huracanes” , M. KUNDERA, La inmortalidad (Barcelona 1990)14. El teólogo y psicólogo J. Pohier hace esta obser- vación de notable finura psicológica: “La culpabilidad es, sin duda, el terreno privi- legiado para la afirmación megalómana de sí mismo; pues la afirmación y procla- mación de esta culpabilidad es la afirmación y proclamación de sí mismo, y el hacerse el culpable es siempre y en todo un afirmase a sí mismo” (Quand je dis Dieu (Paris 1997) 161. Desde antiguo es conocido el egocentrismo morboso de algunos escrupulosos que no terminan de ponderar la gravedad de sus pecados.

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