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mayor que el pecado de Adán es el pecado de Agustín al defender su horrible teoría del pecado original 19 . Sin embargo, la afirmación de Agustín sobre la grandeza incon- mensurable del pecado de Adán se afianzó en la tradición cristiana. Durante siglos nadie examinó críticamente su fundamento. La idea llegó a su apogeo con Anselmo de Canterbury (+1199) que habló del pecado humano como de una injuria infinita perpetrada contra la infinita majestad Dios. Un pecado que inflige a Dios un infinito deshonor, exige una satisfacción infinita. Como el hombre no la puede ofrecer, se hace necesaria la encarnación del Verbo y su muerte expiatoria en la cruz, para reparar la ofensa infinita. Así se responde a la pregunta, Por qué Dios se hizo hombre (Cur Deus homo). A partir de esta glorificación del pecado de Adán y de todos en él, parece que la teología cristiana occidental ha cultivado una visión hamartiocéntrica de la actual historia de la salvación. Que tiene múltiples manifestaciones. Sobre todo aquella de que el moti- vo primordial de la encarnación y de la muerte de Cristo ha sido la redención del pecado de Adán. De modo que, si Adán no hubiera pecado, el Hijo de Dios no se habría encarnado, ni se hubiera sacri- ficado en la cruz 20 . Parece históricamente innegable que, dentro del cristianismo occidental, ha existido una tendencia generalizada, tenaz y, en casos, morbosa, a ponderar la gravedad inconmensurable del peca- do humano. Como si estuviesen siguiendo aquella famosa consigna de Lutero: “¡Hay que glorificar grandemente al pecado!” (valde mag- nificandum est peccatum!). Al ser puesto como motivo primero de CRISTIANISMO, ¿RELIGIÓN DEL AMOR-RELIGIÓN DEL MIEDO? 567 19 Texto y contexto en C. Jul. op. imperf . VI, 23.PL 45,155. Agustín lo llama “antiguo y grande pecado”, O.c ., II, 177. Mayor de lo que nosotros podemos pensar o cometer, De nupt. et conc . II, 358; PL 44,471. 20 S. Anselmo reafirma y lleva su plena expresión la tendencia a engrande- cer el pecado de Adán, hasta hacer de él el eje sobre el cual gira la actual econo- mía de la salvación. Sólo esta gravedad infinita del pecado justifica, ante los creyen- tes, ante la razón humana y ante los paganos, la encarnación del Hijo de Dios y su muerte en la cruz. Allí ofreció el Hijo una satisfacción infinita, que no tendría expli- cación razonable si la deuda adquirida por el hombre al pecar no fuese infinita, argumenta con firmeza Anselmo: Por qué Dios se hizo hombre (Cur Deus Homo) : “Todavía no has ponderado suficientemente la gravedad enorme del pecado”, I, 21; según la grandeza del pecado así exige Dios la satisfacción, I, 12. Por eso, sólo Dios, el Hijo de Dios, puede dar esta satisfacción, II, 6.

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