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CRISTIANISMO, ¿RELIGIÓN DEL AMOR-RELIGIÓN DEL MIEDO? “En el amor no existe temor; al contrario, el amor cumplido echa fuera el temor, porque el temor implica castigo; quien tiene temor aún no es perfecto en el amor” (1 Jn. 4,18). “Ningún hombre sensato teme a los dioses; locura es temer lo que es benéfico; y nadie ama a aquellos a los que teme” (Séneca). Entre los escritores del mundo grecolatino se acuñó la frase: “ el miedo introdujo los dioses en el mundo ” 1 . Al lado del miedo, insepa- rable de él, Lucrecio menciona la ignorancia como el origen del culto a los dioses. Los primitivos, al desconocer las causas de los fenómenos naturales, los atribuían a desconocidas fuerzas ocultas, a las que calificaron de sobrehumanas, ‘divinas’. Los dioses entrarían en contacto con los mortales en formas de carácter agresivo: desde el cielo, por medio de rayos y truenos; desde el abismo, por los vol- canes en erupción y las tempestades marinas. El miedo suscitado pudo ser, originariamente, más bien un elemental pavor, una sensa- ción física, corporal. Posteriormente, el miedo logró categoría ética: aparece el miedo a los castigos de los dioses: los humanos se sien- ten deudores, culpables ante los dioses. Éstos castigan a los hom- bres porque son culpables: sufres, porque eres culpable . Surge así, desde tiempo inmemorial, como una especie de a priori incrustado en la psique humana, el mito de la pena . Que llega hasta nuestros 1 “Primus in orbe deos fecit timor” . Éste y otros textos de autores grecolati- nos, el ambiente cultural en que se escribieron y su reproducción por los Ilustrados del siglo XVIII, pueden verse en W. SCHRÖDER, Ursprünge des Atheismus. Untersu- chungen zur Metaphysik- und Religionskritik des 17. und 18. Jahrhunderts (Sttut- gart-Bad- Constatt 1998 ), Namenregister “Lucrez”, Polybios”. El apologista Lactancio (+350) dice: “Tan cierto es que no puede haber reli- gión donde no hay temor ninguno”. Y en otra parte: “Se sigue que la majestad, el honor y el culto reposan sobre el miedo. Pero no hay miedo si nadie manifiesta ira”, De ira Dei , 11, 16; 8,7.
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