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carne, al mundo y al diablo dejando de lado a Dios (2CtaF 63-64). Las consecuencias de esta separación del origen de la vida, las sufre el cuerpo, mientras que el corazón, acaba convirtiéndose en la fuen- te de los vicios y pecados. Así engañados “por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen, son unos ciegos, pues no ven a quien es la luz verdadera, nuestro Señor Jesucristo” (v.66). b) Otro de los impedimentos está en apropiarse lo conseguido en esta vida y no desposeerse de nada: “Y lega a los parientes y ami- gos su herencia, y éstos se la llevarán, se la repartirán, y dirán luego: - Maldita sea su alma, pues pudo habernos dado y ganado más de lo que ganó” (v.84). Dios no es un interlocutor cualquiera, rebasa los límites de lo humano, por eso ante su Misterio es necesario descal- zarse (Cf.Gen3,5). De ahí que Francisco vea necesario “ negarnos a nosotros mismos y poner nuestros cuerpos bajo el yugo de la servi- dumbre” (v.40) , con la misma actitud con la que el Hijo aceptó la voluntad del Padre: “ Padre, hágase tu voluntad; no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (v.10). c) El tercer impedimento lo encontramos en aquellos que no reconocen el propio pecado, ni asumen sus limitaciones. Estos excluyen la posibilidad presente y futura de reconciliación con Dios: “ Pero sepan todos que, donde sea y como sea que muere el hombre en pecado mortal sin haber satisfecho, si, pudiendo satisfacer, no satisface, arrebata el diablo el alma de su cuerpo con tanta angus- tia y tribulación, que nadie puede conocer, sino el que la padece” (v.82). Esta revisión de la relación del fiel con Dios, nos lleva a afirmar que la 2CtaF se inscribe en un ambiente de oración, tanto en su forma como en sus contenidos. Cada uno de los pasos del proceso espiritual del fiel, tiene como trasfondo un tipo de oración y cada cambio de ritmo da lugar a un modo nuevo de relación con Dios. El siguiente paso nos lleva a descubrir los criterios de discerni- miento que Francisco expresa en la 2CtaF, con el fin de acompañar a los fieles en su búsqueda de Dios. 530 MANUEL ROMERO JIMÉNEZ pensar que a Dios hay que darle sólo el fruto bello de nuestras acciones y motiva- ciones, y cuando constatamos nuestra debilidad caemos en el desánimo.

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