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mismo para disponerse, en penitencia, a buscar la voluntad del Padre 451 . 2.2. El tiempo de la oración La 2CtaF nos apunta el momento del encuentro con Dios: “ Y dirijámosle alabanzas y oraciones día y noche, diciendo: Padre nuestro, que estás en los cielos, porque es preciso oremos siempre y no desfallezcamos” (v.21 ). Cualquier momento de nuestra vida es bueno para reconocer la primacía de Dios. Situado este verso al principio de la vida en penitencia, y justo cuando el fiel ha recono- cido al Hijo como su samaritano, adquiere un nuevo significado. Dios nos encuentra en el momento más importante: cuando nos hallamos fuera del camino, heridos y sin ánimos. Y en esa situación nos invita a adorarle en “ espíritu y en verdad” como lo hizo con la samaritana 452 . 2.3. Las dimensiones de la oración La oración es una experiencia de la fe, el lenguaje con el que manifestamos nuestra confianza en un Dios misericordioso. Cuanto más nos adentramos en la vida y nos internamos en sus logros y problemas, con mayor fuerza ponemos a prueba la esperanza. En la mayoría de las situaciones nos sentimos perdidos y solos, porque hemos equivocado el lugar de adoración. Sin embargo, en cada 522 MANUEL ROMERO JIMÉNEZ 451 La actitud esencial de la adoración es la actitud del niño cuyo movimien- to natural consiste en confiar plenamente en su padre y pedirle aquello que no puede conseguir por sus propias fuerzas. 452 “Respondió la mujer: «No tengo marido.» Jesús le dice: «Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es mari- do tuyo; en eso has dicho la verdad.» Le dice la mujer: «Señor, veo que eres un profe- ta... Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adora- rán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” (Jn 4, 17-19.23) . Esta respuesta de Jesús hace ver a la samaritana que es posible un nuevo nacimiento desde la situación en la que se encuentra, siempre que acepte a Cristo como lugar de adoración de Dios. Una vez restaurada se convierte en testigo de la Salvación: “Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: Me ha dicho todo lo que he hecho” (Jn 4,39).

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